El Nueavo Herald
January 10, 1999
 
 
Cómo fracasó la comisión del embargo

Desde fines de septiembre rondaba por Washington el fantasma de una
comisión para revisar el embargo a Cuba en nombre de ``los mejores intereses
de Estados Unidos''. La propuesta tenía el aval de una nómina prominente de 22
congresistas --14 republicanos y ocho demócratas-- y sus documentos estaban
suscritos, entre otros, por los ex secretarios de Estado Henry Kissinger y
William D. Rogers.

Paradójicamente, Cuba no era el verdadero objetivo de la trama, y mucho
menos había intenciones de favorecer al régimen de Fidel Castro.

Lo que estaba en juego era dinero, mucho dinero.

Se buscaba derribar, lo que se consideraba ``el dominó'' más frágil de la política
de sanciones económicas, en momentos en que los votos de 157 países en
Naciones Unidas, y la voz influyente del Papa Juan Pablo II habían clamado por
terminar el embargo a Cuba.

En verdad, los estrategas del plan de revisar ``la política de los Estados Unidos
hacia Cuba'', a lo que aspiraban era a dar al traste, de una vez y por todas, con
la práctica de aplicar sanciones económicas a países díscolos, una conducta que
ha regido a la diplomacia de Washington desde los días de la guerra fría, y que
afecta a unas 35 naciones.

Los intereses que se movían tras discretas bambalinas estaban inspirados por la
poderosa industria del ``agrobusiness'' y su verdadero propósito era penetrar
mercados como Irán, Iraq, Libia y Corea del Norte que representan el 11 por
ciento del consumo del mercado de granos. A su vez, se quería defender el
gigantesco comercio con China de un eventual trastorno represivo interno que
pudiera motivar una conmoción política como la ocurrida en la plaza de
Tiananmen el decenio pasado.

Pero, súbitamente, el martes pasado, imponiéndose a las presiones, la Casa
Blanca y el Departamento de Estado presentaban un plan para flexibilizar el
embargo mediante el incremento de remesas de divisas a residentes en Cuba y
hasta permitía negocios discretos con entes privados, como ``los paladares'', el
nombre que se da a pequeños restaurantes abiertos en casas de familias.

La eliminación de la comisión constituía la pieza clave de una fascinante trama
de intrigas e influencias en los corredores del poder. Cabilderos poderosos,
congresistas con intereses económicos en sus estados y autotitulados expertos
en Cuba, al igual que congresistas con sensibilidad política y pragmatismo
electoral, se movían entre bambalinas desde octubre, en lo que un observador
de las intrigas en la capital califica como ``la apasionante cuestión cubana''.

Todo empezó el 4 diciembre, en Washington, cuando el senador Phil Graham
(Dem.-FL) tocó el timbre de alarma en la Casa Blanca. Allí dejó saber al
Presidente de sus preocupaciones con el proyecto de la comisión bipartidista.
Con astucia política, el presidente Clinton reaccionó de inmediato y reclamó una
recomendación para elevarla al Consejo Nacional de Seguridad.

Ya, por esos días, el vicepresidente Al Gore expresaba, más que contrariedad,
su ira al saber que en Miami se llamaba ``la comisión Gore'' al plan elaborado
por los cabilderos contrarios al embargo.

``¿Quién es el hijo de... que le ha puesto ese nombre?'', preguntó molesto Gore
en una ocasión.

El representante Bob Menéndez (Dem.-NJ), amigo de Gore, también advertía
que en su estado estaba atribuyéndosele la paternidad de la comisión. ``¿De qué
diablos hablan?'', ripostó Gore que también se personó en la Casa Blanca.

Nada más lejos del pensamiento del Vicepresidente que la idea de levantar el
embargo a Cuba. Siempre sostuvo que la política con Cuba debía mantenerse
dentro de los parámetros actuales y no veía razones para alterarla, vista la
intransigencia del régimen cubano a realizar cambios.

El 1ro. de enero, cuando Miami despertaba al penúltimo año del siglo, y en
Santiago de Cuba barrían el Parque Céspedes para conmemorar los 40 años de
la revolución, en Washington, en las Oficinas Ejecutivas de la Casa Blanca y el
Departamento de Estado se fraguaba el documento que vio la luz pública el
martes.

Curiosamente, mientras en la óptica política de Miami la medida suscitaba
sospechas de ``agrietamiento del embargo'', y en La Habana se calificaba de
``migajas'', el presidente del Poder Popular, Ricardo Alarcón, lamentaba el
naufragio de la comisión para revisar las relaciones con Cuba.
 

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