El Nuevo Herald
1 de febrero de 2002

Experto considera que el embargo beneficia a Castro

La medida lo hace "una celebridad contestataria''

 RUI FERREIRA
 El Nuevo Herald

 Un historiador y analista estadounidense cree que el levantamiento del embargo comercial estadounidense a la isla reduciría a Fidel Castro a su justa dimensión, lo cual traería una pérdida de interés en la persona del gobernante cubano en Estados Unidos.

 ``El embargo hace de Castro una especie de celebridad contestataria. Si el embargo no existiera y los estadounidenses tuvieran libertad para viajar a Cuba, lo reduciría a su real dimensión, la de un [Leónidas] Trujillo'', dijo Mark Falcoff, quien lanzó recientemente un libro sobre las relaciones de Estados Unidos con la isla entre 1958 y 1960.

 De todos modos, en su opinión, el regreso de turistas estadounidenses a la isla no resuelve la situación económica local, como Castro ha sugerido. ``El país está
 devastado; no imagino [en un futuro gobierno] cómo van a poder pagar algún día los $60,000 millones'' por concepto de reclamaciones de propiedades expropiadas.

 El año pasado, Falcoff estuvo en Cuba acompañando al banquero David Rockfeller, y no regresó particularmente entusiasmado de un encuentro que sostuvieron con Castro.

 ``El ambiente fue bien raro. Castro estuvo bien serio, daba la idea de que estábamos en el consultorio de un dentista. Fue como seis horas de conversación típica de los dentistas. Se habla mucho y se dice poco'', recordó.

 Falcoff es investigador titular del American Enterprise Institute, un centro de estudios político-económicos de Washington, D.C., así como miembro de su equipo de
 trabajo sobre las relaciones entre EU y Cuba. En la década de los 80, fue miembro del equipo de trabajo de la comisión senatorial de Relaciones Exteriores.

 Su nuevo libro, La revolución cubana y Estados Unidos, está escrito alrededor de una serie de documentos desclasificados, la mayoría de ellos informes, transcripciones de reuniones, o cartas intercambiadas entre diplomáticos estadounidenses en la isla y el Departamento de Estado.

 El libro revela cómo los servicios de inteligencia de Estados Unidos no tenían la más mínima idea de quién era Castro, sus orígenes, su pensamiento y sus ambiciones.

 ``En el último año del dictador [Fulgencio] Batista, Estados Unidos estaba desesperado por sacarlo democráticamente del poder. Pero fue Batista quien no cooperó'', dijo. Esto se debió en parte, añadió, ``a que Estados Unidos se dio cuenta muy tarde de quién era realmente Batista, y no le prestamos atención a Castro''.

 ``Cuando Castro llegó al poder, se estableció una buena convivencia [con EU] mientras hubo elementos moderados en el poder, pero después fue el descalabro'', dijo Falcoff, haciendo referencia al incremento de la radicalización en el discurso político cubano de antaño.

 A partir de ese momento, Washington trató de ``ser conciliatorio con Castro, hasta que esa conciliación fue imposible con el establecimiento de relaciones [de la isla] con Moscú y su entrada al escenario de la Guerra Fría'', estimó.

 Falcoff llamó la atención al hecho, que se desprende de los telegramas enviados por la embajada estadounidense en La Habana en los primeros años del proceso
 político, de cómo un segmento importante de la sociedad no entendía la postura de la Casa Blanca frente a Castro.

 ``La clase media no entendía por qué Estados Unidos permitía el surgimiento de un estado comunista en sus fronteras'', dijo. Incluso, que ``no prestara mucha atención a la oposición''.

 En parte, explicó, esa postura tuvo que ver con la necesidad de Estados Unidos de tratar de mantener las mejores relaciones con Castro para evitar que las tuviera con la ex Unión Soviética.

 Pero en 1960 ocurrió el corte de las relaciones, y a partir de entonces ``en Washington empezaron a aproximarse a los exiliados''.

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