El Comercio (Peru)
21 de junio de 2001

En su país dejó los libros y la antropología

                     Dos meses antes de que las cámaras de televisión exhibieran durante dos minutos su gesto
                     airado, con los brazos asidos por dos agentes de seguridad, mientras los gritos, que
                     reivindicaban su vocación revolucionaria, parecían querer romper las pantallas de televisión,
                     Lori Berenson visitó a su madre en Nueva York.

                      ¿No te has casado?, le preguntó entonces la señora.

                     En la nota publicada por The New York Times en diciembre de 1995, aunque resultaba
                     un dato importante, no se consignó la respuesta. De todas maneras, detenida ya en
                     medio de un arsenal de armas que tenían el objetivo de apuntar a las cabezas de los
                     congresistas del Perú, ella negaría la relación marital con aquel panameño con quien se
                     había presentado como un matrimonio en busca de hogar.

                     ¿Quién era esa estadounidense que de la noche a la mañana aparecía en todas los
                     televisores? A mí se me acusa de haberme preocupado del sistema de hambre y
                     miseria que hay en este país. Yo amo a este pueblo, aunque ese amor me lleve
                     muchos años a prisión, gritó Berenson.

                     Aquella tarde de la presentación, 8 de enero de 1996, no llevaba el traje rayado con el
                     que cabecillas como Abimael Guzmán habían sido mostrados, sino el mismo con el
                     que fue detenida cuarenta días atrás: un jean negro, una blusa blanca y un saco
                     morado remangado.

                     Días antes, la madre había recibido una segunda comunicación de la hija que, lejos
                     de tranquilizarla, le crearon más dudas: necesito zapatos y ropa interior, dicen que dijo
                     Lori nerviosa al otro lado del hilo telefónico y a las tres de la madrugada, entre un mar
                     de miradas policiales que vigilaban el movimiento mínimo de sus dedos.

                     Detrás de esa mujer de 26 años había una larga trayectoria de oscuridad. Ella
                     reivindicaba su inocencia. Su abogado decía que Lori había sido, en verdad,
                     engañada por los terroristas. La sentencia silenció su caso: Cadena perpetua. Los
                     peritajes decían que en los planos manejados por los terroristas para la toma del
                     Congreso había trazos de su mano. Incluso la policía indicó que ella misma
                     preparaba tres veces por semana los alimentos que ingería el comando emerretista.

                     Era sin duda el final del camino elegido en 1989 cuando, ante la sorpresa de sus
                     padres, dejó los libros de antropología y los salones del Instituto Tecnológico de
                     Massachusetts para encaminarse a El Salvador y luego a Nicaragua. Antes de llegar
                     al Perú, las investigaciones señalan que se reunió con Néstor Cerpa Cartolini,
                     camarada Evaristo, en Quito.