Chucho y Bebo Cabalgan de Nuevo

Paquito D’Rivera
Sep.30-07

Muy tierno, nostálgico  y emotivo el articulo de Carlos Galilea en “El País” de Madrid, sobre la reunión musical de Bebo y Chucho Valdés en esa ciudad. Yo me alegré mucho, pues he sufrido en carne propia los horrores de la separación familiar, y no olvido que cuando los comunistas me encerraron en mi casa en el año 71, Chucho y Oscar Valdés me llamaron para formar el IRAKERE, salvándome del tedio y el estancamiento de mi carrera. Una pena que la entrevista de Galilea esté tan plagada de inexactitudes y omisiones premeditadas. ––Es que Chucho tiene mucho miedo, por favor trata de comprenderlo –– me pidió el Bebo cierta vez en que su hijo tuvo la osadía (que en ocasiones se parece mucho a la cobardía) de decir en cámara ––y sin que nadie se lo preguntara ––que él le debía su carrera a la revolución; a lo que el viejo, que estaba cerca replicó: “Coño, yo pensé que aquel piano lo había comprado yo”.  Y yo agrego que parece que en ese tiempo la Sabor de Cuba seria entonces un conjunto de tangos que dirigiría el Che Guevara, y no la cubanísima orquesta que en los años cincuentas fundara El Caballón, que es como llamamos con afecto y admiración al Bebo.

Por otra parte,  Chucho no se cansa de agradecer públicamente a nuestro amigo el cineasta español Fernando Trueba, el regreso de su ilustre padre a la vida artística; pero lo cierto es que probablemente ni Trueba,  ni nadie hubieran sabido de la existencia del Bebo Valdés si en 1995, un músico cubano  llamado Paquito D’Rivera, no se le hubiera ocurrido y llevado a cabo la idea de grabar el disco “Bebo Rides Again”  (Bebo Cabalga de Nuevo) en Alemania, después de mas de tres décadas que El Caballón no entraba a un estudio de grabaciones; proyecto al que (en contra de mi escepticismo) alguien tuvo la brillante idea de invitar a su hijo, quien como era de esperarse, hubo de cancelar la reunión con su padre, par de horas antes de salir el vuelo de (lo que quedaba de) La Habana. Según dijo él, tenia que ensayar unos numeritos nuevos para un bailongo muy importante que había en Güines o Calabazar (¡?).

También se le ha olvidado a Chucho que en el verano de 1978,  fue mi madre quien me llamó al hotel Salisbury  de Manhattan, para suplicarme que convenciera a Chucho de que aceptara encontrarse con su padre, con quien, durante 18 años no había querido hablar ni contestar sus cartas. Tampoco aclara mi antiguo colega que aquella noche del debut de IRAKERE en el Nueva York de aquel mismo año 78, los invitados en aquel palco del Carnegie Hall, comprado generosa y elegantemente por su padre, no eran “todo el mundo” como el dice, sino específicamente su tía Emelina, su esposo Cocó, mi madre y mi padre, ilustre profesor y virtuoso del saxofón tenor, además de viejo amigo y compañero de profesión del suyo desde los años cuarentas; todos ellos exiliados cubanos que al final del show no les fue permitido reunirse con sus familiares en nuestros camerinos, por ordenes de los sicarios que venían  de Cuba “cuidando a la delegación”.

Ahora Chucho le pide, o casi le exige a su padre que se abstenga de hablar de política. Extraña petición, viniendo de alguien que no hace mucho, desde el escenario del teatro Colón de Buenos Aires, le dedicó una canción de homenaje al mismísimo Che Guevara. Y yo me pregunto si se atrevió a sugerirle ese  mismo apoliticismo a Raúl Castro cuando este le entrego el machete de Maceo y todos esos otros premios y reconocimientos que la revolucion––la que le compró el piano –– le entrega cada vez que regresa de “ganarle alguna batalla al imperialismo” allí donde el deber (y sobretodo los dólares) lo reclaman.