El Nuevo Herald
April 28, 1999
 
 
Quinientos años después, los incas muestran sus secretos

JASON WEBB / Reuters
SALTA, Argentina

La indiecita inca tiene el rostro tranquilo. Le dieron a beber un brebaje de
maíz y se adormeció por el frío y la altitud antes de que la arroparan en
mantas y ropas de colores y la sepultaran viva.

Su cara es la más preservada encontrada jamás en una momia. Ella, otra niña
y un niño quedaron hace 500 años momificados naturalmente por el frío y la
escasez de oxígeno a 6,700 m de altura en la cumbre del volcán Llullaillaco,
en el noroeste de los Andes argentinos.

Los exámenes muestran que sus órganos permanecen intactos y al parecer
hay sangre congelada en las venas y los restos de las últimas comidas en el
sistema digestivo.

La adolescente, cuyo rostro puede ser observado entre los harapos
polvorientos, tendría unos 14 años. Las mejillas están hinchadas, pero se
parece mucho a los chiquillos que juegan actualmente en las calles de Salta, a
los pies de la árida montaña sagrada para sus antepasados.

``Los niños ofrendados a las divinidades eran como mensajeros del mundo
humano al mundo divino, el mundo de los dioses'', dice Juan Schobinger, un
especialista y arqueólogo de la civilización inca de la Universidad Nacional
del Cuyo de Argentina. ``Los adultos no se sacrificaban quizá porque no
tenían esa fuerza especial que tienen los niños''.

El imperio incaico fue la mayor civilización descubierta por los conquistadores
españoles. En sólo 90 años se expandieron, partiendo del Cusco (en
quechua, ``el ombligo del mundo''), Perú, hasta lo que hoy es Quito, Ecuador,
en el norte, y Santiago de Chile, en el sur.

Restos momificados de niños sacrificados yacen en las cimas de las montañas
de Perú y otros lugares de los Andes desde hace medio milenio. Fueron
enterrados con pequeñas cantidades de comida, cerveza de maíz y hojas de
coca narcóticas para masticar en su jornada hasta los dioses. Los
acompañaban figurillas masculinas y femeninas de oro y caracoles y pequeñas
estatuas de llamas.

El estado teocrático inca celebraba festivales anuales cuando los niños eran
ofrecidos a los dioses para garantizar la salida del sol y las cosechas. Los
niños eran traídos de las provincias lejanas para participar en las ceremonias y
regresaban a las montañas próximas a sus hogares para los sacrificios.

Schobinger cree que los jóvenes eran seleccionados y preparados con años
de anticipación.

El encontró el cuerpo momificado de un niño de siete años cerca del pico
helado de la montaña más alta de las Américas, el Aconcagua, en la frontera
entre Argentina y Chile. Se comprobó que no había ingerido otra cosa que
maíz en los dos últimos años de su vida, probablemente una preparación
ritual.

``El maíz tenía su simbolismo. Todo está impregnado por un simbolismo que
no conocemos en detalle'', explicó Schobinger.

El cráneo de la momia del Aconcagua está expuesto y presenta una grieta
causada por el fuerte golpe que la mató, y se puede observar el cerebro
contraído. Sin embargo, el rostro del niño está contorsionado como en una
expresión de temor.

Ser sacrificado era un gran honor para los incas. Sus ceremonias eran
humanas en comparación con los sangrientos ritos de los aztecas de México,
que impactaron hasta a los propios españoles con sus sacrificios de
prisioneros de guerra.

Un cronista español registró una historia oral de un famoso sacrificio hecho
por el jefe de un valle de Perú que ofreció a su hija al Inca (emperador
descendiente del dios Inti, sol). La adolescente fue rebautizada Tantacagua
(``maíz amarillo'') por el gobernante.

``Se cuenta que hicieron toda una ceremonia, le pusieron los mejores
vestidos, hicieron una cámara sepulcral especial y la enterraron viva. Desde
ese momento, ese lugar queda como una Huaca, un lugar sagrado venerado
por toda la gente, que dice que aquí hay alguien que no ha muerto, que
todavía sigue viva en el más allá'', dice Schobinger.

Los arqueólogos consideran que las víctimas fueron conducidas en una
procesión de varios días hasta el lugar del sacrificio. Probablemente fueron
ofrecidas al Sol, pero las montañas también eran veneradas como dioses
(apus, en lengua quechua, que aún se habla en los Andes).

Una de las niñas del Llullaillaco tiene el cráneo deformado artificialmente
desde el nacimiento para que tomara la forma cónica de la montaña. También
se han encontrado otros cráneos deformados en forma de montañas en los
Andes.

Los pueblos de los Andes sufren a veces de discriminación en sus países,
pero las viejas creencias persisten en las apartadas aldeas de las montañas del
norte de Argentina, mezcladas con un catolicismo fervoroso.

La gente del campo aún escala las montañas para ofrecer comidas y granos a
los dioses incas.

Un anciano de Salta asegura que también hay sacrificios humanos, y que los
jefes de una plantación de azúcar matan y devoran cada año a un obrero para
garantizar una buena cosecha.

``Es porque tienen pactos con el diablo'', dice en voz baja el anciano.
 

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