El Nuevo Herald
3 de octubre de 1999
 
 
Bajo asedio la escuela de las Américas
 
El Ejército presto a rendirse a la protesta religiosa que halla eco en Washington

ROBERTO FABRICIO
El Nuevo Herald

Primero de dos artículos

FORT BENNING, Georgia -- Un minúsculo grupo de activistas compuesto
de un par de sacerdotes, una cuantas monjas y algunos estudiantes le tienen
tendido un férreo cerco al Ejército de Estados Unidos en las mismas entrañas
de éste, su más histórico puesto militar, obligándolo a sacar las banderas blancas,
dispuesto a negociar, y quizás hasta a rendirse.

El Pentágono, agotado tras una guerra de casi 10 años con los enemigos
de la controversial Escuela de las Américas, academia militar para oficiales
latinoamericanos que ha sido acusada de entrenar a ``dictadores y asesinos'',
ha decidido revisar el programa.

Entre las opciones que se barajan en Washington está la de cerrar la Escuela
y repartir su misión entre varios puestos militares.

``No hay razón alguna para ser intransigentes'', dice Louis Caldera, el secretario
del Ejército en un tono mucho más conciliatoria que hace unas semanas. ``La
Escuela está llevando a cabo su misión honorablemente, pero sabemos que
debemos de cumplir el deseo del Congreso... y no vamos a permitir que arrastren
la reputación del Ejército por el lodo todos los años''.

A fines de septiembre, después de meses de una batalla campal, el presupuesto
de $15 millones de la Escuela fue finalmente aprobado intacto en una comisión
mixta de la Cámara y el Senado con sólo un voto de margen. La Cámara
previamente había tratado de eliminar parte del presupuesto por un voto de 230
contra 197.

``Yo no quiero pasar por otro año fiscal con este suplicio'', dijo Caldera. ``Las
acusaciones falsas de que hemos sido blanco son una mancha para el Ejército
que no necesitamos, por eso vamos a revisar cómo llevamos a cabo el programa
para fin de (este) año''.

La Escuela, que ha entrenado a más de 60,000 oficiales y tropas de ejércitos
latinoamericanos desde su fundación en 1946, ha recibido repetidas
acusaciones por parte de sus adversarios. El meollo de la crítica es que casi
500 de esos oficiales han sido señalados como violadores de derechos humanos
años después de su graduación. Y que entre sus graduados se cuentan
personajes notorios como Roberto D' Aubuisson, que organizó grupos comandos
de ultraderecha en El Salvador, y el ex general panameño Manuel Noriega,
actualmente inquilino de una cárcel federal por cargos de narcotráfico.

Irónicamente la Escuela de las Américas es extremadamente popular entre los
militares de los 22 países latinoamericanos que participan en sus
entrenamientos y se encuentra entre los programas de política norteamericana
de mayor aceptación en la región, algo que proyecta favorablemente la influencia
de Estados Unidos en el hemisferio.

``Es una verdadera lástima que esto haya llegado al punto en que se habla de
cambios radicales al programa porque para los ejércitos latinoamericanos no hay
nada similar para el desarrollo tanto profesional como ético nuestro y para tener
un entendimiento de las fuerzas armadas norteamericanas'', dice el Coronel Lex
José Parker, salvadoreño que es actualmente subcomandante de la Escuela.

El comandante del Comando Sur para Latinoamérica, el general Charles
Whilhelm, le dijo recientemente al Congreso que, ``este programa es tan
importante para nuestra estrategia en la región que si lo cerraran, al día siguiente
estaríamos organizando su reapertura de alguna otra forma''.

Pero los adversarios de la escuela son tenaces, políticamente astutos y
entienden la fuerza que su movimiento ha llegado a tener. También saben usar al
poder y la influencia de la Iglesia Católica de Estados Unidos y sus miles de
religiosos, que tienen tiempo de rezar y de escribir cartas y mensajes
electrónicos en la internet.

``El Ejército y el Congreso saben que no nos vamos a esfumar, por eso es que
hemos logrado llegar hasta este punto, porque estamos dispuestos a pagar
cualquier precio para cerrar la Escuela'', dice el reverendo Roy Bourgeois, el
sacerdote de la orden Maryknoll que fundara y todavía dirige la organización
School of the Americas Watch (Vigilancia de la Escuela de las Américas).

Acostumbrado a pelear, el Ejército ha hecho todo lo posible, desde encarcelar a
sus enemigos repetidamente --Bourgeois se ha pasado cuatro años en cárceles
federales-- hasta organizar una sofisticada campaña publicitaria y añadir cursos
sobre derechos humanos. Pero esta es una guerra política, no militar, y los
enemigos de la Escuela han tomado la ventaja del terreno alto invocando a Dios,
la justicia y el involucramiento de un puñado de graduados de la Escuela en el
asesinato de sacerdotes y monjas.

Aunque la escuela era mal vista desde mucho antes por los enemigos de la
política norteamericana hacia Latinoamérica, no fue hasta 1989, a raíz del
asesinato en El Salvador de seis sacerdotes jesuitas y de tres religiosas
norteamericanas en incidentes apartes, que la actual confrontación comenzara
en serio.

``El hecho es que aun hoy, después de todos los cambios cosméticos que le
han hecho al currículo de la Escuela, la inmensa mayoría de sus cursos tienen
que ver con la muerte, no con la democracia, por eso nuestra batalla es por
cerrar la Escuela, no por moderar su mensaje de odio'', dice Bourgeois desde su
modesto apartamento en Fort Benning Road, en las mismas narices del fuerte,
que es el principal y más histórico puesto de la infantería del Ejército
estadounidense.

A unos pocos kilómetros, dentro del gigantesco territorio que ocupa el fuerte,
que se asemeja más al plácido recinto de una universidad que a un cuartel
militar, el coronel Glenn Weidner, director de la Escuela, reflexiona sobre la dura
situación que la institución que dirige enfrenta.

``Este fue una vez el comando de toda la infantería de los Estados Unidos'', dice
Weidner, ``y es bien irónico y doloroso que desde esta oficina yo me encuentre
involucrado en esta lucha tan diferente''.

Weidner, bilingüe en español e inglés, es un intelectual de la guerra, graduado
de la Academia Militar de West Point. El coronel agoniza ante lo que considera
una inmensa injusticia contra la institución y los oficiales que comanda.

``Lo que me hace hervir la sangre es cuando un representante del gobierno de
los Estados Unidos se levanta en el Congreso a decir que mis soldados están
enseñando actividades criminales'', dice Weidner, visiblemente enfurecido.
``Decir que de alguna forma lo que enseñamos aquí ha incitado a oficiales
latinoamericanos a los incidentes tan lamentables en Centroamérica es muy,
pero muy irresponsable''.

Su referencia al Congreso pudiera aplicarse a media docena de congresistas que
han tomado una posición de vanguardia en contra de la Escuela, pero va dirigida
más precisamente al representante Joe Moakley, demócrata por
Massachusetts, que llama a la Escuela, ``una reliquia de la Guerra Fría que no
tiene ya razón de ser''.

El coronel Weidner es un hombre de inmensa energía que esa mañana había
hecho su salto de paracaídas número 50 junto a un pelotón de la Infantería
Aerotransportada del Ejército de Chile, y que camina en su oficina sin cesar
mientras corta el aire con sus gestos precisos cuando habla enérgicamente de
la encrucijada que enfrenta la Escuela.

``Mis soldados sienten que se ha quebrantado la fe que se merecen por parte de
su gobierno, al que tan lealmente y patrióticamente sirven'', dice, con la cara roja
de ira.

Ese es un sentimiento compartido con intensidad por los profesores y oficiales
que forman parte de la facultad de la Escuela. El Comandante Rubén D. Colón,
profesor de ética y capellán de la Escuela, que es oriundo de Puerto Rico, se
irrita cuando habla del tema.

``Esto está totalmente fuera de contexto, es como si porque Anastasio Somoza
(el ex dictador de Nicaragua) se graduó de West Point, ahora dicen que hay que
cerrar esa academia militar'', dice Colón. ``Yo tomo esto de manera muy
personal porque he arriesgado mi vida en Somalia, Bosnia y me he sacrificado
yo y mi familia por el Ejército, y ahora me dicen que soy un maestro de tortura''.

En Washington, lejos del fragor de la batalla, se ven las cosas con más frialdad.
Un funcionario del Departamento de Estado íntimamente conectado con el tema
de la Escuela de las Américas confiesa que la Casa Blanca no se siente
motivada para darle un respaldo total a la misma. ``La situación política es
adversa para la Escuela, y si la Casa Blanca no está dispuesta a dar la lucha, el
Pentágono va a tener que aceptar cambios para el programa'', dijo el funcionario.

El Secretario Caldera, que ha defendido la Escuela arduamente, al cambiar su
tono explica que, ``con más de la mitad de la Cámara votando contra nosotros,
sabemos plenamente que hay muchas preocupaciones que tenemos que tomar
en consideración y tenemos que llegar a un punto medio en que no tengamos
que dar esta batalla todos los años, adaptándonos al sentir del Congreso''.

Entre los cambios que se estudian en el Pentágono están cambiar el contenido
de la lista de cursos ofrecidos; cambiarle el nombre a la Escuela y mudarla a
otra parte, lejos de Fort Benning; repartir los programas de entrenamiento a
diferentes instalaciones militares; traer a más oficiales latinoamericanos a dar
las clases bajo supervisión norteamericana; y entrenar a las unidades de
infantería dentro de programas tradicionales de la infantería norteamericana.

Dice Caldera: ``Nuestra misión es entrenar a líderes militares para Latinoamérica
y ayudarlos a llevar a cabo su propósito militar y estratégico de una manera que
sea compatible con los valores de los Estados Unidos, y es posible hacer esto
de varias maneras.''

Mañana lea: Una lucha que es reliquia de la Guerra Fría.
 

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