Miguel Teurbe Tolón y de la Guardia
(Matanzas, 1820-1857)

Nació en Matanzas, el 29 de septiembre de 1820. Estudió en una escuela pública de su ciudad natal y con un grupo de profesores particulares. Con éstos aprendió latinidad, retórica, ciencias naturales y filosofía. Estudió además inglés, francés e italiano. Colaboró en Aguinaldo Matancero y en La Aurora del Yumurí, periódico del que llegó a ser redactor jefe.

Fundó La Guirnalda, que fue suprimida por el gobierno español. Fue intérprete oficial de la Real Hacienda y profesor de historia, filosofía, inglés, esgrima y retórica. Explicó Filosofía Natural en la Sociedad Filarmónica de Matanzas.
Sus obras teatrales Un casorio y Una noticia fueron representadas en Matanzas. En un cenáculo de esa ciudad dio a conocer su Curso de Literatura, que no llegó a publicar. Dio clases de literatura en la Escuela Auxiliar de la Universidad de La Habana.

En 1848 fue nombrado socio facultativo del Liceo Artístico y Literario de La Habana. Colaboró en La Prensa, El Faro Industrial, Flores del Siglo, Diario de Avisos, La Floresta Cubana, La Piragua, Brisas de Cuba, El Duende. Se vio obligado a emigrar a Estados Unidos en 1848 por sus ideas independentistas.
En Nueva York se dedicó al magisterio y asumió la secretaría de la Junta Cubana Anexionista. Trabajó en los proyectos expedicionarios de Narciso López. Fue secretario de la Legación de la República de Costa Rica en Washington.

En Estados Unidos editó El Tiple Cubano y El Tiple Libre; fue redactor jefe de La Verdad, (el Escudo de la República de Cuba, fue dibujado por el poeta en 1848 para servir de viñeta a este periódico), y dirigió El Cubano, El Papagayo y El Cometa; tuvo a su cargo la sección hispanoamericana del Herald, de Nueva York. La mayoría de sus poemas escritos en inglés aparecieron en Waverley Magazine, de Boston.

La antología El laúd del desterrado (1858) recoge algunas de sus poesías. Tradujo del inglés la Historia de los Estados Unidos, de Emma Williard y El sentido común, de Thomas Payne.

Muere el 16 de noviembre de 1857.

Usó los seudónimos Lola, La Lola filibustera, Tello Rubio Montegú, Alfonso de Torquemada.

Emilia Teurbe Tolón nació en la provincia matancera en el año de 1828, de opulenta y distinguida familia de la región yumurina.

Era prima hermana y esposa al mismo tiempo del dulce e inspirado poeta Miguel Teurbe Tolón.

Corría el año de 1849, Narciso López, el heroico venezolano que diera su vida por la libertad de Cuba, no se conformaba al fracaso de su primera conspiración conocida por “La Mina de la Rosa Cubana”, abortada en Junio de 1848, y en tierras norteamericanas prosigue su labor emancipadora.

El poeta Teurbe Tolón es de los suyos; junto con Cirilo Villaverde, Aniceto Iznaga, Pedro Agüero, Manuel Hernández, Betancourt Cisneros y otros muchos, persigue el ideal hermoso de la redención.

A su lado alentándolo con sus palabras y ayudando activamente en las labores de la conspiración, Emilia Teurbe Tolón, “la entusiasta y hermosa filibustera”, como le llamó Cirilo Villaverde, trabajaba sin descanso por la libertad de su tierra natal. Habitaba el matrimonio por la época que queda reseñada en la calle de Manzano esquina a Jovellanos, en la ciudad de Matanzas, en compañía de la señora Josefa Casado, emparentada a ellos por estar casada con Francisco Teurbe Tolón, sobrino del poeta.

Una noche de 1849 cuando se presentó Miguel muy apurado y lleno de agitación. De primera intención no pudieron reconocerlo por haberse cortado los cabellos, los bigotes y la perilla, tan en boga por aquel entonces.

-“¿Qué sucede, Miguel?” -le preguntó sobresaltada Emilia.

¡Silencio! No se asusten -respondió el conspirador-. Debo salir esta misma noche de Cuba. El Gobierno nos persigue y con unos amigos cogeremos un barco de vela que va para la Florida. Luego iré a Nueva York. Nadie debe saberlo.

-Junto a ti y por la independencia de Cuba, correré todos los riesgos -contestó la intrépida y valerosa Emilia-. Presta estoy desde este momento para marchar...

Y la esposa patriota siguió a Teurbe al extranjero.

Alquilaron un modesto apartamento cerca del Río Norte, entre Church Street y Colleen Place. Y aquella casa se convirtió en el centro de reunión de todos los exilados cubanos.

Tolón había asumido el cargo de Redactor Jefe del periódico revolucionario “La Verdad”, antorcha de las conspiraciones de aquellos años, el cual se editaba en Nueva York, para circularlo gratis por cuenta de los emigrados cubanos, que desde 1828 luchaban por la independencia de Cuba, aunque por razones circunstanciales y políticas aparecieran, a veces, partidarios de la anexión a la nación norteamericana.

Emilia Teurbe Tolón se multiplicaba, atendía las labores de su casa, ayudaba a algunos exilados dándoles el alimento que sus hábiles manos preparaban, hacía rifas y colectas, ayudada por otras señoras también emigradas, en beneficio de la causa. Por las noches trabajaba en la imprenta, ayudaba a distribuir el periódico y todavía le sobraba tiempo para atender a los exilados que acudían a su casa, verdadero templo de la revolución, para acordar planes y tomar determinaciones en favor del más absoluto separatismo.

Sabido es que en el hogar de los esposos Teurbe Tolón, siguiendo las inspiraciones de Narciso López, dibujó y coloreó el poeta matancero la que es hoy nuestra enseña nacional.

Una vez dibujada la insignia, el General López rogó a Emilia la confección de nuestra bandera, que ella cosió con sus blancas y delicadas manos, para después entregársela con infinita emoción.

La familia Villaverde conservó hasta hace algunos años esta bandera como la más preciada reliquia de la Revolución, hasta que pasado algún tiempo fue donada al Presidente de la República, encontrándose actualmente, celosamente guardada en uno de los más importantes salones del Palacio Presidencial.

La bandera que en el mástil del “Creole” acompañó a Narciso López en la toma de Cárdenas, el 19 de Mayo de 1850, fue confeccionada por un grupo de señoras y señoritas cubanas y americanas de Nueva Orleáns, admiradoras suyas, que copiaron la que Emilia Teurbe había realizado con infinita ternura.

Terminadas las dos expediciones del caudillo venezolano y agarrotado este vilmente en la Habana el primero de Septiembre de 1851, con la convicción de que “su muerte no cambiaría los destinos de Cuba”, Emilia Teurbe Tolón y su amante compañero, siguieron fuera de su patria luchando por la independencia. Ellos fueron los que organizaron en el 1852, al cumplirse el primer aniversario de Narciso López y sus valientes compañeros, solemnes honras fúnebres en la Catedral de San Patricio, en Nueva York. En esta ocasión los cubanos en número de 200, vistiendo riguroso luto, con banda de crespón negro al brazo izquierdo, de dos en dos, se trasladaron al salón de Broadway N° 600. En el tope del edificio flameaba a media asta una inmensa bandera cubana.

Miguel Teurbe Tolón, según nos dice en su periódico “La Verdad” el insigne Cirilo Villaverde, pronunció un magnífico discurso, varios de cuyos párrafos transcribimos a continuación:

“Acabamos de salir del templo de Dios y estamos todavía bajo las profundas y poderosas impresiones que en cada corazón ha dejado el acto a que hemos concurrido; acto solemne, augusto, doloroso que han presidido la Patria y la Religión, la una llena de lágrimas y luto; pero la otra rica siempre de luz y de consuelo.

No ha sido un espectáculo de regia pompa ni ruidosa ostentación; ha sido la humilde pero imponente escena de una comunidad de desterrados, reunidos en la casa del Señor, en tierra extranjera, para elevar preces al cielo por el alma de sus hermanos sacrificados a la libertad en su tierra natal. En vez del suntuoso catafalco, la tristeza pintada en nuestras frentes sombrías, en vez de alardes de fúnebres blasones, las lágrimas de nuestros ojos; en vez de letras de oro y de trofeos, la voz profunda y sincera de nuestros corazones heridos en que tiene grabado su epitafio y esculpido su blasón cada glorioso mártir de la redención cubana. Hemos puesto nuestras almas a los pies de Dios, no nuestro orgullo ante los ojos del mundo, hemos implorado la misericordia divina, no buscado la admiración de los hombres; porque en lugar de sarcófagos rodeados de antorchas, la Patria y sus nobles víctimas nos piden, naves cargadas de soldados con fusiles que escupan la muerte a sus tiranos.

El más digno mausoleo, el apoteosis de los mártires cuya conmemoración celebramos hoy será esa Bandera de Cuba libre clavada en triunfos por nuestros propios brazos sobre el sitio mismo en que por ella murieron, y el grito de Libertad de Cuba tronado de San Antonio a Maisí, será el réquiem más armonioso, más solemne y más aceptable para ellos...”

Hace muchos años que han dejado de existir Emilia y Miguel Teurbe Tolón; pero sus nombres inmortales vivirán eternamente en el corazón de todos los cubanos.
 

A MI MADRE*

que me llama a Cuba con motivo de la Amnistía
dada por la Reina de España en abril de 1854

Miguel Teurbe Tolón y de la Guardia
New York, 1854

I

"Ven otra vez a mis brazos..."
me dices con tierno anhelo:
"Dale a mi alma este consuelo,
¡que la tengo hecha pedazos!

Muévante las ansias mías,
mi gemir y mi llorar,
y consuelo venme a dar,
hijo, en mis últimos días;

porque es terrible aflicción
pensar que en mi hora postrera
no pueda verte siquiera
¡y echarte mi bendición!"

-­¡Ay triste! y con qué agonía,
y con qué dolor tan hondo,
a tu súplica respondo
que no puedo, ¡madre mía!

Que no puedo, que no quiero,
porque, entre deber y amor,
me enseñaste que el honor
ha de ser siempre primero;

y yo sé que mal cayera
tu bendición sobre mí
si al decirte "Veme aquí"
sin honor te lo dijera.

II

Pisar mi cubano suelo,
y oír susurrar sus brisas
que son ecos de las risas
de los ángeles del cielo;

al redor de la ciudad
ver los grupos de palmares
cual falanges militares
de la patria Libertad,

ver desde la loma el río,
sierpe de plata en el valle,
y entrar por la alegre calle
donde estaba el hogar mío;

pasar el umbral, y luego...
no encuentro frase que cuadre...
echarme en tus brazos, madre,
¡loco de placer y ciego!

Volver a tus brazos ... ¡ay!
para pintar gozo tanto
¡ni pincel, ni arpa, ni canto,
ni nada pienso que hay!

Porque hasta en mis sueños siento
tan inmenso ese placer
que al fin me llega a poner
el corazón en tormento;

y si expresarselo a ti
fuerza fuera, madre mía,
solamente Dios podría
decir lo que pasa en mí.

III

Pero, ¡ay madre! que apenas
oiga tu voz que bendice
oiré otra voz que maldice
¡la voz de Cuba en cadenas!

Dolorosa voz de trueno
que gritará sin cesar:
"¡Cobarde, ven a brindar
con la sangre de mi seno!"

Y al ir a estrechar la mano
el hombre que en otro día
me respetaba y oía
como patriota y hermano,

sentiré aquel tacto frío
de la suya, que me dice
que su corazón maldice
la debilidad del mío;

y cualquier dedo, el más vil,
contra mi alzarse podrá
y con razón me dirá:
"¡Bienvenido a tu redil!"

Al verme en vergüenza tanta,
pobre apóstata cubano,
querrá el soberbio tirano
que vaya a besar su planta;

¿qué le responderé
cuando insolente me llame?
Menester será que exclame
"¡Pequé, mi señor, pequé!"

Y dirá el vulgo grosero,
con carcajada insultante,
al pasar yo por delante:
"¡Ahí va un ex-filibustero!"

Y habré de bajar la frente
sin poderle replicar,
porque tendré que tragar
su sarcasmo humildemente.

Esto no lo quieres, no:
lo sé bien, no lo querrías,
y tú misma me odiarías
a ser tan menguado yo.

Mas pronto lucirá el sol
de mi Cuba, independiente,
hundiéndose oscuramente
el despotismo español;

y apenas raye ese día
con amor y honor iré;
y "¡Aquí estoy ya!", te diré;
¡'Bendíceme, madre mía!"