Fiero contraataque filibustero

Luko Hilje

Cuando, develados los contundentes hechos, Walker se enteró de haber perdido todos sus buques y los tres bastiones en el río San Juan, ni siquiera pensó en rendirse. Por el contrario, de inmediato empezó a mover sus fichas para recomponer la seria situación que enfrentaba y contraatacar.

Tras leer varios documentos, sigo sin entender por qué nuestro ejército no tomó posesión de San Juan del Norte, si era el punto natural de aprovisionamiento y contacto con los estados sureños de los EE.UU. Y, de hecho, sería desde allí que se fraguaría la nueva arremetida filibustera. E, incluso, la ventaja nuestra de poseer La Trinidad se había perdido, pues del destacamento que permanecía allí muchos habían desertado debido al hambre y las enfermedades -ni siquiera tenían médico-, al punto de que los 28 hombres que estaban mejor parecían “espectros ambulantes”.

Ante esto, el general José Joaquín Mora actuó de inmediato, pero la situación era realmente grave y casi imposible de subsanar. Peor aún, para entonces en San Juan del Norte el coronel filibustero S.A. Lockridge había reparado el Rescue, un vapor viejo y abandonado, y además a inicios de febrero arribaba el Texas, poderoso buque de ocho cañones, al mando del coronel Henry Titus.

Ambos navíos atacaron La Trinidad el 6 de febrero con furiosos disparos de cañón, y dos días después 400 filibusteros avanzaron por tierra y dispararon, pero pronto recularon, pues apenas estaban ensayando para un furioso ataque, que ocurriría cinco días después. Desde el amanecer del día 13, en desventaja absoluta de fuerzas y ya con el campamento destrozado a cañonazos, los nuestros sostuvieron el combate esperando la noche para poder escapar hacia Costa Rica.

Con La Trinidad en sus manos, envalentonados, tres días después ya sus buques se apostaban frente al Castillo Viejo, donde había apenas 20 combatientes nuestros. Por fortuna, la víspera el capitán Faustino Montes de Oca había recibido la visita del coronel George Cauty (hijo del coronel inglés Thomas Cauty, un hombre cojo que en la capital administraba el Hotel de Costa-Rica, de la familia Rohrmoser), quien jugaría un papel determinante en nuestras jornadas bélicas del San Juan.

Inicialmente, falló un cañonazo dirigido a la fortaleza, pero pronto unos 300 filibusteros bajaron y tomaron las instalaciones de la Compañía del Tránsito, al pie del cerro. Intentaron capturar los vapores Scott y Machuca, cuyo mal estado impedía usarlos, pero antes Montes de Oca había ordenado colocarles zacate seco y leña impregnados con combustible, para incendiarlos por si eran incautados. Así sucedió, pero los invasores pudieron aplacar el fuego del Scott -eso sí, a un alto costo en vidas-, mientras que el llameante Machuca quedó al garete gracias a una temeraria acción de Cauty, que lo hizo recalar cerca de las instalaciones de la Compañía, que al incendiarse hicieron que las llamas casi alcanzaran el propio Castillo, donde se albergaban nuestras tropas.

Ya sin las instalaciones de la Compañía como cuartel, los filibusteros se vieron obligados a combatir desde los montes cercanos, lo cual hicieron con fiereza, temprano al día siguiente. Montes de Oca notó que ante tan desigual lucha -de 20 contra 300- sería imposible resistir, por lo que solicitó ayuda al general Mora, para lo cual de manera subrepticia envió un bote con tres soldados.

Expectantes por lo que Mora decidiera, el día 18 aumentó el volumen de fuego filibustero. Y, cuando se temía lo peor, cerca del mediodía emergió de entre la vegetación una fuerte voz en inglés. Por no comprenderlo, Montes de Oca pidió a Cauty traducir el inesperado mensaje: que se alzara una bandera blanca, para dialogar. Así se hizo, y Cauty fungiría como brillante negociador. En la conversación, el prepotente Titus exigió nuestra rendición en un plazo de media hora, amenazando con tener una artillería muy moderna y potente, capaz de destrozar incluso la fortaleza.

Suspicaz, Montes de Oca intuyó que no había tal, y que lo que Titus pretendía era una tregua -lo cual corroboraría con perspicacia Cauty al conversar con ellos-, a la espera de más pertrechos y a que mejorara un poco la acongojante situación de sus soldados, que combatían a la intemperie y bajo fuertes e incesantes lluvias. Exagerando, les respondió que podríamos resistir por mucho tiempo pero que, en el hipotético caso de tener que entregar el Castillo, no podría hacerlo sin el permiso de Mora. Por tanto -para ganar tiempo-, astutamente les solicitó un plazo de 24 horas para tener una respuesta, eso sí, confiando en que llegaran antes los refuerzos y armas solicitados a Mora.

Por supuesto que esa tarde y noche fueron densamente angustiosas. Se ignoraba incluso si nuestros informantes habían llegado con éxito al Fuerte de San Carlos, lo cual ocurrió al mediodía de ese día y casi de inmediato Mora envió el Morgan aguas abajo, con 62 refuerzos, además de municiones y víveres. También, aconsejó que el vapor se mantuviese algo distante del Castillo y que desde él se enviara un bote a dar una señal en clave.

En efecto, cerca de la medianoche el centinela captó la señal de un bote que, aunque al principio causó algo de confusión, Cauty supo interpretar adecuadamente. ¡Volvió el alma al cuerpo de aquellos atribulados combatientes! Contagiados de esperanza, todos anhelaban el amanecer para recibir la tan necesaria ayuda y enfrentar al poderoso enemigo antes de que se fortaleciera aún más.

Sin embargo, empezó a avanzar el día sin percibirse movimiento alguno. Cundió el pesimismo y creyeron que, por no haber respondido a la señal del bote, los compatriotas habrían pensado que el Castillo estaba en manos filibusteras y se habían alejado. Cerca de las nueve de la mañana, cuando se disponían a almorzar, el silencio fue bruscamente roto por abundantes disparos de fusil, que incluso perforaron la tienda de campaña bajo la cual almorzaban. Atónitos, creyendo que los filibusteros habían violado la tregua y los acribillarían, entre las ráfagas emergió de súbito el grito de guerra “¡Viva Costa Rica!”, el mismo que se había escuchado con victoriosos y hermosos acentos en las memorables jornadas de Santa Rosa y Rivas.

Y, así, las gargantas de esos 62 combatientes que subían por el cerro profiriendo dicho grito lo hacían con tal fervor y potencia que, al magnificarse, “parecía que eran quinientos hombres”, según Montes de Oca. Asustadísimos, Titus y muchos de sus soldados corrieron desesperados hacia el vapor Rescue, mientras que otros, en estampida, huían por las montañas ribereñas del San Juan.

Tiempo después Walker reconocería que fueron vencidos de manera vergonzosa y humillante, lo cual incrementó la desmoralización y deserción en sus filas. Pero, más bien, este sería un acicate para armarse aún más y tratar de culminar con éxito su desmejorada pero aún vigente aventura expansionista. Es decir, faltaban aún jornadas muy difíciles y cruentas para librarnos de tan maligno y temible invasor.
 

Luko Hilje, Julio 13, 2006