Cambio
Enero 28, 2002

Testigo ocular

CAMBIO revela el testimonio rendido bajo juramento por un joven guerrillero, chofer del vocero de las Farc, Fabián Ramírez, que transportó a los irlandeses detenidos en Colombia y que asistió a sus entrenamientos para manejo de explosivos en la zona de despeje. “Trajeron lanzamisiles”

Es un adolescente imberbe que apenas se aproxima a los 17 años. Pero los rasgos de su infancia reciente parecen haber abandonado ya su rostro para dar lugar a facciones de hombre adusto y curtido. Sus expresiones se acentúan cuando habla, con propiedad inusual para su edad, sobre la manera como se monta un mortero, se ajusta el punto de mira de un lanzamisiles, se carga un cilindro con explosivos o se resiste la embestida del enemigo en un rancho de combate.

En medio de su seguridad, pasmosa en apariencia, lo asalta con frecuencia el resentimiento. En enero del año pasado sus padres y sus dos hermanas gemelas fueron asesinados por hombres de las Farc. La masacre ocurrió en la vereda Nilo del municipio de Santa María, en el Huila, y fue presentada por sus ejecutores como una purga de informantes del Ejército y de los paramilitares. El muchacho militaba entonces en la guerrilla, se creía hombre de confianza de los cuadros superiores y jamás entendió por qué le hacían aquello. Los suyos cayeron sin fórmula de juicio en el mismo sitio donde tres años atrás él había sido reclutado cuando trabajaba como jornalero recolector de café.

La noticia se le mantuvo oculta durante casi tres meses, hasta que un compañero suyo, conmovido quizá por su insistencia en ir a visitar a los suyos, le contó lo ocurrido. Alexánder (el nombre con el que se le identifica en las diligencias judiciales) trabajaba entonces como chofer de Fabián Ramírez, uno de los voceros y negociadores de las Farc en la zona de distensión, y ocasionalmente recibía encargos de tipo militar que denotaban un grado de confianza poco común para combatientes de su rango. Entre ellas estaba la de encabezar unidades pequeñas cuando eran movidas hacia zonas de guerra o de entrenamiento. En ocasiones le permitían tomar en combate el puesto de los encargados de los morteros o de armas más complejas. Esos privilegios los conseguía también para Diana, su compañera, quien libró su último combate el día en que una granada de fusil explotó a su lado.

Decidió no reclamar, pero desde el momento en que conoció el destino de sus seres queridos no lo abandonó ni un solo día la idea de desertar. “Me aguanté tres meses”, declaró el joven ante la Fiscalía. El 26 de agosto de 2001 decidió emprender la aventura de la fuga al lado de cuatro compañeros.

La fuga

Alexánder tomó una de las camionetas en las que solía llevar en los recorridos que hacen por la zona despejada a Fabián Ramírez y ocasional- mente a Raúl Reyes. El vehículo, un Toyota del tipo conocido como estaca, había sido robado a un fiscal de Palermo, Huila. Sus movimientos por la zona de San Vicente del Caguán eran casi rutinarios y por eso el desplazamiento de aquel día no despertó sospechas entre los guerrilleros destacados en los retenes que le dieron paso sin hacer preguntas.

Sin familia y desvirtuada la causa en la que creía, buscaría una nueva opción de vida a través de la entrega.

De San Vicente llegaron por trocha hasta Acevedo, Huila, y de allí siguieron a Pitalito, Neiva y luego a Calarcá, en Quindío. El 27 continuaron hacia Bogotá. Poco antes de la 1:30 a. m. del 28 consiguieron alojamiento en un hotelito situado cerca de la planta de aceite La Sevillana, en el sur de la ciudad. Más por seguridad que por la disciplina a la que estaban habituados, Alexánder y sus acompañantes salieron de allí poco después de las 6:00 a. m. Decidieron tomar rumbos separados y nadie protestó porque el muchacho se quedara con la camioneta, entre otras cosas porque era el único del grupo que sabía manejar.

Sin saber a ciencia cierta a dónde iría, tomó rumbo norte hasta desembocar en una avenida que luego supo que se llamaba Las Américas. Ese día casualmente la ciudad estaba semiparalizada por cuenta de una protesta de taxistas que habían bloqueado las vías neurálgicas. En medio del caos del tráfico que duró casi tres horas, averiguó dónde estaba la unidad militar más cercana. Ya había tomado una decisión de la que no se echaría para atrás. Sin familia y desvirtuada la causa en la que creía, buscaría una nueva opción de vida a través de la entrega.

Las revelaciones

En el batallón de Policía Militar número 13, en el sector de Puente Aranda, junto al Club Militar, debió vencer primero el escepticismo de la guardia para tener acceso a oficiales con capacidad de decisión. El capitán Pulido, S-2 (oficial de inteligencia del batallón) oyó su historia y personalmente le explicó en qué consistían los programas de reinserción. Sin embargo, en el Ejército pronto advirtieron que el muchacho era mucho más que un simple guerrillero desertor y que tenía un potencial de información que podría resultar muy útil para la justicia.

Por aquellos días era ya tema de actualidad y controversia la captura, a partir de hallazgos hechos por la inteligencia militar, de tres irlandeses –Niall Connolly, Martín McCauley y James Monaghan–, que habían estado en la zona de distensión y que eran acusados de instruir y entrenar a las Farc en manejo de explosivos y terrorismo urbano a la usanza del IRA (Ejército Republicano Irlandés), al cual pertenecían. (En la edición del 20 al 27 de agosto, CAMBIO publicó las fotografías y grabaciones del seguimiento que el Ejército hizo a los extranjeros).

Para sorpresa de muchos, Alexánder no sólo se refirió a los irlandeses antes de ver sus fotografías, sino que hizo de ellos una precisa descripción física. Luego los reconoció en las fotos e hizo importantes revelaciones: que él personalmente los había recogido en el aeropuerto en las tres ocasiones en que estuvieron en San Vicente del Caguán, que los llevó a encuentros con Tirofijo y Fabián Ramírez y que asistió a las sesiones de entrenamientos dirigidos por ellos. Y agregó un dato relevante e inédito hasta ahora: que esos mismos irlandeses habían llevado a la zona de distensión en dos vuelos de avioneta un cargamento de 30 cajas de lanzamisiles.

Alexánder no sólo se refirió a los irlandeses antes de ver sus fotografías, sino que hizo de ellos una precisa descripción física.

Con amplio nivel de detalle contó a los investigadores que los irlandeses trabajaron en campos de entrenamiento habilitados en la vereda Guaduas, en municipio de Acevedo, Huila, y en la vereda Barcelona, cerca de Los Pozos, sede de la mesa de diálogo. La instrucción consistía en la fabricación y manejo de morteros, bombas y pipetas explosivas. Eran jornadas de seis horas diarias, con recesos sólo para almorzar. Los instructores hablaban en inglés, pero eran traducidos en forma simultánea por un hombre que se hacía llamar Miguel Casanova.

El manejo de los lanzamisiles, operados en polígonos improvisados en una zona de cañadas, relató Alexánder, fue enseñado por un alemán que llegó a San Vicente 15 días después de que lo hicieran los irlandeses. No obstante, no dio su nombre con el argumento de que sólo los revelaría a mandos de mayor rango.

El fogueo

Para verificar y evaluar el testimonio, la Fiscalía y las partes involucradas en el proceso penal sometieron a Alexánder a un intenso fogueo sobre las características y manejo de explosivos, objeto del curso con los irlandeses, y sobre la estructura y organización de las Farc. El joven, según uno de los fiscales, les explicó sin omitir detalle las características de cada artefacto, sus componentes y forma de operación, y hasta les hizo un análisis sobre los errores que provocaron la muerte de tres compañeros en una faena de entrenamiento. Como todo un experto hizo una descripción de los frentes y en qué consistían lo que las Farc llaman estados de guerra y unidades móviles y especiales.

El testigo armó para los investigadores un cronograma que podría hacerles más fácil la verificación, incluido su paso por la columna móvil Arturo Ruiz y la especial 14, hasta convertirse en miembro de la guardia personal y conductor de Fabián Ramírez. También les refirió en forma extensa conversaciones entre el Negro Acacio –el comandante que lo reclutó– y Ramírez sobre antecedentes de los irlandeses. Precisamente por Acacio supo que ellos también habían instruido a grupos de terroristas que desataron oleadas de violencia en Cali, durante la época más dura del enfrentamiento entre los carteles de la droga.

Los abogados de los irlandeses fueron especialmente duros con Alexánder durante el fogueo que se realizó en la Fiscalía el pasado 21 de noviembre, cuando ampliaba la declaración que, bajo juramento, había iniciado el 7 de septiembre. Los defensores le señalaron con insistencia aparentes contradicciones en fechas citadas en la declaración y en la ampliación, y provocaron, según relató uno de los asistentes a la diligencia, una fuerte reacción del testigo, que alegó que sus errores podían atribuirse a la presión que estaba soportando, pero que en ningún momento afectaban la verdad de su declaración. Se quejó de que mientras los abogados que lo presionaban tenían sus familias y un futuro asegurado, él debía permanecer 24 horas encerrado porque había gente buscándolo, y que no tenía permitido ni siquiera oír música o ver televisión. “Si el 7 de septiembre dije lo que dije era porque mi cabeza estaba descansada y no tenía confusiones –les dijo a los investigadores–. Si se me cruzaron las fechas, es porque si ustedes vivieran lo que yo he estado viviendo o lo que hemos vivido los reinsertados, yo creo que miles de cosas se les olvidarían”.

Se quejó de que mientras los abogados que lo presionaban tenían sus familias y un futuro asegurado, él debía permanecer encerrado porque había gente buscándolo.

El testimonio, conocido por CAMBIO (ver siguiente artículo), ha sido calificado como altamente confiable y obra como una de las pruebas sustanciales obtenidas por la Unidad Antiterrorismo de la Fiscalía General para mantener tras las rejas a los irlandeses. Esta prueba se suma a las recogidas durante el seguimiento hecho por la inteligencia militar y a los resultados de los exámenes técnicos de absorción atómica que revelaron que el día de su captura en el aeropuerto de Bogotá, los tres miembros del IRA aún tenían en sus cuerpos residuos de las sustancias explosivas que habían manipulado en la zona de distensión.

Estas pruebas se enfrentan hoy al febril trabajo diplomático y político guiado desde Irlanda por influyentes sectores que buscan la libertad de los tres extranjeros. El Sinn Fein ha organizado una ofensiva en esta dirección y hasta hombres tan influyentes como el ex canciller irlandés, David Andrews, se han tomado el trabajo de venir a Bogotá para abogar por las garantías para sus compatriotas. Pero los resultados de las investigaciones adelantadas en Colombia, sumados a los informes de las propias agencias de seguridad irlandesa que de tiempo atrás les seguía los pasos. Incluso la Royal Ulster Constabulatory –Policía de Irlanda– envió a los fiscales un informe según el cual Conolly, uno de los detenidos, fue durante años contacto del IRA con países y movimientos de América Latina, y estuvo en Cuba donde recibió trato reservado a los diplomáticos y tratamiento médico gratuito para su esposa enferma.

La ofensiva no es solamente política y diplomática. Al despacho del Fiscal General, Luis Camilo Osorio, ha llegado información procesada según la cual las Farc estarían buscando rescatar a los irlandeses, lo cual explica el interés para su traslado a una cárcel más segura. Y hay algo todavía más importante: la seguridad de un testigo que ha demostrado ser clave. Las grietas en el sistema de protección de testigos, que en el pasado reciente han dejado colar manos siniestras, deben ser cerradas. Una eventual acusación formal contra los irlandeses requerirá su concurso en otros escenarios judiciales y, sin duda, será vital para el juicio que sobre los hechos haga la comunidad internacional.