El Nuevo Herald
Mar. 24, 2002

El Padre Vallina, 50 años de vida ejemplar en el apostolado del servicio y la oración

                      JOAQUIM UTSET
                      El Nuevo Herald

                      Horacio Valor supo de inmediato dónde acudir el viernes por la mañana, cuando se levantó sin vista producto
                      de una herida en los ojos que se hizo el día anterior cortando malezas en un terreno.

                      Sin recursos, con un trabajo informal que no garantiza un seguro por accidente, el recién llegado de Argentina
                      se dirigió al lugar donde miles de inmigrantes y personas de escasos recursos antes que él han ido durante años
                      a resolver infortunios: la iglesia de San Juan Bosco, en el corazón de La Pequeña Habana.

                      ''Una amiga mía vino aquí enferma antes. La atendieron requetebien y no le quisieron cobrar nada. Ella
                      fue la que me lo recomendó'', explicó Valor, con los ojos tapados por una venda y guiado por su
                      compañero de trabajo Manuel Giménez.

                      San Juan Bosco, que empezó en 1963 a operar como iglesia en lo que era un antiguo concesionario de
                      automóviles llamado Waco Motors, se ha convertido en los últimos 38 años en uno de los centros de
                      asistencia social de referencia para cada una de las nuevas comunidades que han llegado a la ciudad.

                      Este vasto complejo socioespiritual es el legado en piedra del padre Emilio Vallina, quien en unas
                      semanas celebrará 50 años de vida sacerdotal convertido en una leyenda entre la comunidad
                      filantrópica de Miami.

                      En el edificio cuadrado de dos pisos que era la antigua iglesia --flanqueado por un reluciente templo de
                      $3 millones inaugurado el año pasado-- San Juan Bosco ofrece gratuitamente en el primer piso los
                      servicios de una clínica, un comedor para ancianos y una despensa que entrega víveres a una media
                      diaria de 14 familias necesitadas.

                      Al mismo tiempo, aloja en los pisos altos un programa de actividades docentes extraescolares que
                      reúne a 120 niños. En la planta baja, se halla en construcción un centro de artes y oficios.

                      ''El padre Vallina hace lo que nosotros de chiquitos pensábamos que debían hacer todos los curas:
                      servir a los demás'', señaló el doctor Pedro J. Greer, quien atiende desde hace casi 10 años la clínica
                      junto a otros médicos voluntarios del Hospital Mercy.

                      ''Con todo lo que está ocurriendo en estos días, él sigue siendo un ejemplo'', agregó Greer, en una
                      referencia velada a los escándalos de abusos sexuales que han estremecido a la Iglesia Católica en los
                      últimos meses.

                      ''Es una cosa muy lamentable, pero no hay que pensar que todos somos iguales'', señaló el padre
                      Vallina, a quien no le gusta utilizar el título de monseñor que le concedió el papa Juan Pablo II en 1996.

                      ''Hay que rezar por los caídos, pero también por los que no caemos'', agregó.

                      Oriundo de Pinar del Río, en el occidente de Cuba, el padre Vallina empezó su labor sacerdotal
                      fundando una escuela parroquial en el municipio habanero de Catalina de Güines, de donde pasó a
                      párroco del santuario de Jesús el Nazareno, en el pueblo de Arroyo Arenas, cercano a La Habana.

                      Su paso a la carrera sacerdotal, aseguró, se vio influenciado por la obra de un cura ''isleño alto y
                      fuerte'' llamado Padre Viera que atendía a su congregación en el barrio capitalino de El Cerro, y quien
                      murió pobre de solemnidad en una clínica comunitaria.

                      ''Cuando tenía un par de pesos compraba comida, conseguía un carro en la cochera y salía a repartir
                      por el barrio'', recordó Vallina.

                      La labor social que Vallina inició en su parroquia habanera la tuvo que trasladar a Miami cuando la
                      vorágine anticlerical de la revolución cubana le obligó a exiliarse en 1961. Dos años después, los
                      designios de la Iglesia le encomendaron atender la creciente y empobrecida comunidad cubana que
                      entonces poblaba lo que es ahora La Pequeña Habana.

                      ''Cada vez que se hablaba en Miami de un sacerdote que cumplía su labor sacerdotal, se hablaba de
                      Emilio Vallina'', recordó Remedios Díaz Oliver, una exitosa empresaria cubanoamericana que encabeza
                      desde 1976 un grupo de apoyo a San Juan Bosco.

                      A medida que prosperaban económicamente, los cubanos se mudaron a los suburbios. Su puesto lo
                      tomaron los nicaragüenses y otros centroamericanos. Hoy día, los parroquianos y los necesitados de
                      los servicios de San Juan Bosco abarcan todo el arco hemisférico.

                      ''Diferentes nacionalidades, diferentes culturas, pero las mismas necesidades'', resumió el padre Vallina.

                      Pese a haber sufrido una embolia hace nueve años que le ha dejado leves secuelas en el habla y el
                      andar, Vallina mantiene sus actividades diarias. El día que lo visitó El Nuevo Herald se hallaba buscando
                      un hogar para una mujer desamparada vestida de monja que se había sentado en la escalera de la
                      iglesia.

                      Aunque poco amigo de los homenajes, Díaz Oliver aseguró que lo convencieron para celebrarle una
                      cena el 4 de mayo en el restaurante Big Five. El único deseo que expresó el padre: que le cante Olga
                      Guillot.