El Nuevo Herald
Aug. 09, 2004

Testimonios de la búsqueda de un sueño

JORGE DEL RIO, 39 años. Geógrafo de profesión. Salió de Cuba el 19 de agosto de 1994, estuvo en los campamentos de Guantánamo y llegó a EEUU en agosto de 1995. Actualmente es dueño de la firma Walsh Environmental, una consultoría ambiental, en South Miami.

Aunque yo estaba decidido a irme desde finales de los años 80, cuando ocurrió la explosión del Maleconazo, el 5 de agosto, lo tomé en serio. Había dejado el trabajo y me dedicaba a negocios ilegales para sobrevivir. Mi situación económica estaba por encima del resto de la población, pero me sentía ahogado en la isla, limitado por un sistema anticuado, donde no podía desarrollar mis capacidades.

Me tiré, con mi hermano menor y otros tres amigos, en una balsa de poliespuma, tela y madera, por la zona del teatro Carlos Marx, en La Habana, el mismo día que Clinton anunció que los balseros iban a ser interceptados. Lo vi como mi ultima oportunidad. Para mí quedó claro que todo iba a cambiar y que a partir de ese día empezaban los procesos de desajuste en la política migratoria de EEUU hacia Cuba. Me parece mentira que hayan pasado 10 años. Al principio me sentí algo extraño, pero en poco tiempo la ciudad se hizo mía, al punto que a veces tengo la confusión sobre mis recuerdos infantiles, trastocados entre Hialeah, Coconut Grove y la playa de Santa Fe.

En el Miami Dade College estudié inglés y computación, con la idea de tener más posibilidades en el mercado de trabajo. Empecé como handyman, reparando casas y trasladándome en bicicleta. Luego me especialicé en sistemas de información geográfica y comencé a diseñar mapas, hasta que en el 2000 fundé la compañía, junto a una amiga, para realizar auditorías ambientales.

Lo más importante ha sido sentirme útil, asumir que el trabajo que estaba haciendo, fuera donde fuera, era el más importante del mundo. Esa filosofía del trabajo me ha funcionado siempre. En Cuba vendí maní para que mi familia tuviera un plato de comida sobre la mesa y porque prefería hacer eso a trabajar como geógrafo, enfrentado a la ineficiencia de la burocracia y la hipocresía del gobierno. Así entré allá en un ciclo sicológico que empieza por el rechazo a los discursos de Fidel Castro y la propaganda oficial, y sigue en las borracheras con los socios, en el desinterés por todo lo que te rodea. Un desamor por todo y para todo.

Cuando miro hacia atrás me asombro de lo que he podido hacer aquí. Siento que en este país he podido hacer más por la sociedad y el prójimo que en Cuba. La casa que compré en 1999, está siempre abierta para acoger a un recién llegado; desde el punto de vista social me he comprometido e integrado más aquí que en Cuba.

Pude traer a toda mi familia, mis padres, mi abuela, mi hermana, que llegaron hace siete meses. El pasado mayo fui a Cuba e intervine en un evento sobre el medio ambiente. Fue interesantísimo, porque compartí mi experiencia con muchos de mis ex colegas y les respondí sus inquietudes. La gente comienza a ver el mundo diferente, porque se le derrumban muchos mitos inculcados sobre la vida norteamericana, más allá de los asuntos políticos. Creo que nosotros que hemos vivido en las ''dos mitades'' de la isla, tenemos la tarea de reconciliar una cultura, juntar a los de allá y de acá, porque hay muchos problemas de exclusión a ambos lados.

No tengo dudas de que si volviera a estar en las mismas circunstancias de 1994, me tiraría nuevamente al mar. Aunque tuviera 60 años.

LUIS SOLER, 43 años. Diseñador gráfico. Salió de Cuba el 15 de agosto de 1994 y llegó a Cayo Hueso tres días después, con una severa infección en una pierna. Fue el último balsero que pudo entrar a territorio de EEUU y ser procesado antes de la decisión de Clinton de enviar a los cubanos a Guantánamo. Dirige desde 1999 Graphísima, compañía de publicidad y diseño gráfico. Hace dos años fundó Passenger Care, firma de protección de equipajes que opera a nivel nacional.

Nunca había querido irme de Cuba hasta 1994. Tenía una situación económica aceptable, había viajado al extranjero, pero me percaté que allí no nos iba a tocar la utopía de la glasnost y la perestroika soviéticas, y que en la isla no habría espacio para cambios y sueños. Mi hija crecía y yo no tenía nada que prometerle para su futuro.

Las únicas noticias de esos días eran sobre los que se iban y llegaban a Miami. Entonces comenzamos a hacer la balsa en casa de un babalawo, padrino de uno que hizo la travesía. Cuando la terminaron y el babalawo la bendijo, no cabía por la puerta de la cocina, y hubo que abrir la pared a mandarriazos. Nos tiramos por la Playita 16 de noche. Durante los tres días estuvo lloviendo y la balsa se destruyó, quedando sólo las gomas.

Cuando el buque madre de los Guardacostas nos rescató, yo estoy en estado de delirio, con más de 40 grados de fiebre y una infección en la pierna, desgarrada por picadas de peces. Me envuelven en una manta, me recoge un helicóptero y luego una lancha rápida con destino al hospital de Cayo Hueso.

Una vez recuperado, las autoridades pretendían llevarme a Guantánamo, pero le debo haberme quedado aquí a la gente del Hogar de Tránsito, que me trasladaron a su sede y me tuvieron allí hasta que Inmigración optó por procesarme.

Yo digo que mi experiencia no es la común, pues no pasé por lo que regularmente pasaron los demás balseros. Sí, extrañaba mucho a mi hija, a mi madre, pero entablé una relación amorosa que aún perdura, pude encontrar trabajo en mi profesión y pronto me identifiqué con esta sociedad, el sistema de créditos, las costumbres, las direcciones de la ciudad...

Comparándome ahora con la persona que era en Cuba, te diré que he cambiado mucho. Aquí soy más el hombre nuevo que se quería formar allá, comprometido con la sociedad civil, con el trabajo, con los valores humanos. Creo en el sentido social de este país como no lo hacía en el mío propio. Una serie de metas que tenía como sueños en Cuba aquí he podido convertirlas en verdades palpables.

Estuve ya dos veces en Cuba agilizando los trámites para traer a mi madre y mi hija de 19 años, que ya están acá. La experiencia fue chocante. La policía pensó que mi hija me estaba ''jineteando'' y le pidió identificación. También fue un golpe en lo que respecta a los sentidos. Sentí una gran distancia de aquel lugar, me molestaron cosas que antes aceptaba como comunes; salí asqueado. Hasta perdí el apetito en esos días.

SERGIO LASTRE Y ELSA DE LARA salieron de Cuba el 22 de agosto de 1994. Fueron rescatados en el mar dos días después y trasladados a Guantánamo, donde permanecieron por ocho meses. En Cuba, Sergio integró la preselección nacional de taekwondo y Elsa estudió magisterio. El trabaja como decorador de casas y está dedicado al arte. Ella está desempleada. Están casados hace 23 años y residen en Hialeah.

SERGIO: En abril de ese año nos arrestan tratando de abandonar el país y nos abren una causa. Estábamos esperando el juicio cuando se desata la crisis, así que viajamos de La Habana a Aguada de Pasajeros y luego a Corralillo, desde donde salimos en una balsa construida con tubos de regadío y piezas de tractor. Me voy por una mezcla de factores. No resistía aquello, que es como un cajón alambrado de dogmas ideológicos, y en los últimos años me vinculé al grupo disidente de Oswaldo Payá Sardiñas.

A Miami llegamos sin familia y hemos pasado momentos difíciles, sin empleo, a punto de irnos a dormir a la calle. Ahora trabajo para una compañía de decoración de viviendas y dedico todo mi tiempo libre a la creación artística. En Cuba pintaba como hobby; aquí he logrado afianzarme en el arte, mostrando mis pinturas, esculturas y cerámicas en más de 40 exposiciones en EEUU y el extranjero.

Este país me ha dado la posibilidad de soñar. Tengo planes y aspiraciones que en Cuba no tenía, atrapado en la rutina diaria. Cuando regrese a Cuba, hace dos años, lo peor fue ver a la gente enterrada en vida, sin ningún proyecto de futuro.

Siento nostalgia por Cuba todos los días. No sé si es bueno o malo, pero vivo aquí con un sentido de provisionalidad que me impide echar raíces. Es un sentimiento que persiste a pesar de que han pasado diez años.

ELSA: Aquí me gradué de asistente médico en 1997, pero he trabajado en los más variados lugares: limpiando casas, en una bakery, en una escuela hebrea, en una clínica y en factorías. Hace un año tuve un accidente y no he podido trabajar más. Pero estoy acostumbrada a los retos desde muy joven.

Mi primer esposo murió en una misión internacionalista en Angola con 18 años, quedándome sola con dos hijos y embarazada de la menor. Mi sueño era venir y tener una vida mejor. Sí, la hemos pasado dura y estamos tratando de ver adonde llegamos. El principal eslabón que me falta es la familia. Pudimos traer a Jorge Luis, mi hijo mayor, pero allá quedan mis dos hijas. Mi madre murió sin que pudiera volver a verla, pues la visa cubana me llegó un mes después de su fallecimiento.

Añoro reunirme con todos mis hijos y caminar por las calles de Cuba. No soy totalmente feliz, pero no estoy frustrada ni arrepentida. Si hubiera un cambio en Cuba, regresaría si mis hijas no han podido venir. Pero lo pensaría detenidamente, porque ahora mismo no sé cómo podría adaptarme nuevamente a vivir allí.

ISABEL MARTINEZ, 38 años. Obrera. Salió de Cuba con su hijo menor Lázaro y su actual compañero, Francisco Meireles, el 22 de agosto de 1994. Fue llevada a Guantánamo y luego al campamento de Panamá antes de permitírsele la entrada a EEUU, por motivo de su embarazo, el 16 de diciembre de ese año. Actualmente no tiene empleo fijo.

Me fui de allá con una causa pendiente, porque en 1992 el padre de mi hijo mayor, Edgar, me denunció por preparar una salida ilegal. Me pedían cuatro años pero el niño tenía entonces cuatro años y me soltaron bajo fianza. Estuve escondida como seis meses en Campo Florido, en las afueras de La Habana, en 1994, hasta que finalmente me fugué con mi hijo menor, Lázaro, que vino en el barco de tres años.

No he tenido miedo a enfrentarme a las dificultades, porque vine a luchar. He hecho de todo, desde limpiar casas hasta vender cantinas. Lo más difícil ha sido la lejanía de Edgar, que se ha hecho un hombre sin tenerme a su lado. El padre nunca autorizó su salida y murió hace cuatro años, afectado por la bebida. El niño está retenido allá porque tiene edad militar, mientras que a mí no me han dado el pasaporte cubano para poder visitarlo. Las únicas llamadas telefónicas que hago a Cuba son a mi hijo, todos los meses.

Tengo padre y diez hermanos allá, pero el dinero no alcanza. La división familiar es algo muy duro, sobre todo cuando no tienes seguridad de que vas a volver a verlos. He sufrido mucho, esa es mi historia. Pero no quisiera volver a vivir en Cuba. Me he adaptado a la vida en este país, donde he tenido libertad para expresarme y me siento valorada como persona. Mi anhelo es poder ver a mi padre y reunirme con mi hijo mayor. Sueño con tener un restaurante y ser chef de cocina.