Habla Carlos Rivero Collado sobre la muerte de Torriente

El 12 de abril de 1974, hace este jueves treinta y tres años, fue asesinado en Miami el señor José Elías de la Torriente y Ajuria, a los setenta años de edad, quien unos meses antes era considerado la figura más importante del exilio cubano.

Nunca pensé que tantos años después tendría que hablar sobre un hecho con el que no tuve ninguna conexión, ni directa ni indirecta; pero en este sitio de la internet se publican unas declaraciones, hechas en aquella época por el líder nacionalista Felipe Rivero Díaz, fallecido hace dos años aquí en Miami, en las que me acusa de ese hecho y eso me obliga ahora a hacer estas breves aclaraciones:

1-. La acusación de Felipe fue hecha en noviembre de 1974, cuando desde La Habana, en una comparecencia televisada, yo lo acuse a él de lo mismo. Al decir lo que entonces dijo, Felipe usaba una táctica clásica del ajedrez, en este caso político: la mejor defensa es el ataque. Quien lea en este mismo sitio, seguido de las declaraciones de Felipe, lo que él mismo dijo cinco años después, en 1982, en la propia Revista Réplica (“Rivero Collado obliga a la Brigada a una defiinición”)  ha de comprender, con toda facilidad, que esas nuevas declaraciones del dirigente nacionalista cubano dejaban sin efecto lo dicho por él mismo, en 1977, sobre la muerte de Torriente. Como decíamos en Cuba: invito al público a comprobar la bola . . . conectándose en este propio portal y leyendo esa segunda declaración de Felipe sobre mí.

2-. Al día siguiente de la muerte de Torriente, un vocero de la policía de Miami dijo, textualmente: “En la muerte del señor Torriente hay tantos sospechosos como cubanos en Miami”.

3-. Jamás, ni estando yo en Cuba de 1974 a 1977, ni después de haber regresado a Miami, nadie me ha vinculado a ese hecho. Nadie. Sólo Felipe, en aquellas especiales circunstancias, acusación que se invalidó  después cuando reanudamos nuestra íntima amistad, que comenzó en 1954 y duró hasta su muerte, más de medio siglo después. Hay cientos, quizás miles, de personas aquí en Miami que conocieron de esa gran amistad y me vieron junto a Felipe, de 1978 al 2005, año de su muerte, defendiendo la justa causa del nacionalismo cubano y oyeron las múltiples comparecencias que hicimos juntos en el programa radial diario “Trapecio”, bajo su dirección. Esto lo saben todos los amigos y familiares de Felipe y míos. Teníamos el mismo apellido, pero no éramos familia, sino mucho más que eso.

4-. Después de haber vivido casi toda su vida en el norte de este país, Torriente llegó a Miami, en 1968, y, de acuerdo con un grupo de asociados suyos –Galeote, Mendigutía, etc.-- convenció a la mayoria de los exiliados cubanos que era “el hombre de los americanos” que iba a “liberar a Cuba”. Ese tipo de exilio que jamás ha querido pelear, porque quiere que sean los “marines” quienes derroquen a Fidel Castro, lo apoyó en masa. Todos los grupos se le unieron, menos el Movimiento Nacionalista Cubano, del que Felipe era jefe, y yo miembro de su Consejo Supremo, integrado por siete personas. Torriente recogió en un par de años, según se cree, unos tres millones de dólares, doce o quince de hoy. Financió a un grupo de exiliados que realizó el ataque a Samá, en el que murieron varios milicianos y pescadores cubanos. Esa “hazaña” alegró a muchos exiliados de Miami y enfureció a muchas personas en Cuba. Las recaudaciones de Torriente aumentaron. Ya tenía cinco millones de dólares, veinte o veinticinco de hoy. Entonces, fue a México y, según dicen, un poco embriagado del buen whisky escocés, dijo: “Los días de Castro están contados; dispongo de armas nucleares”. Ahí fue donde el State Department lo desautorizó. Se convirtió, de la noche a la mañana, de jefe del exilio a enemigo del exilio, porque la fuerza suprema de ese exilio no son sus líderes, sino el gobierno de Estados Unidos. Entonces, Torrriente y sus socios comerciales se retiraron de toda actividad política y usaron el dinero recaudado para “liberar a Cuba” en la urbanización del Reparto Westchester, en la que planeaban ganar decenas de millones. No le dieron al exilio ni la menor explicación. Sencillamente salieron de la escena política, como si nunca hubiesen entrado en ella.  Esa es la historia real del señor Torriente y emplazo a cualquiera a que la desmienta.

5-. Por supuesto que un hombre que hiciera eso tenía que buscarse  muchos enemigos: en Cuba, por lo de Samá; en el exilio, por lo de Westchester.

6-. Creo que la declaración del vocero de la policía de Miami, unas  horas después del hecho, debió haber sido ésta: “En la muerte del señor Torriente hay tantos sospechosos como cubanos en Miami, Cuba y el resto del mundo”.

7-. No tengo nada más que decir sobre esto. Nunca tuve que hacerlo en treinta y tres años. Hacerlo ahora quizás merezca una mención en el libro de Guiness.
 

                                                                   Carlos Rivero Collado,
                                                                   carico39@bellsouth.net
                                                                    Miami, 9 de abril de 2007