Diario las Americas
23 de febrero de 1999

Cuatro hogares devastados por el crimen del 24 de febrero

              Por Ena Curnow

              Las familias Alejandre, Costa, de la Peña y Morales son diferentes. Andan
              cabizbajas, en silencio, apenas sonríen, se visten de negro, hablan con fotografías
              viejas, hacen la cama de donde nadie duerme y atesoran con celo hasta el más
              mínimo recuerdo.

              Para las madres, los padres, los hermanos, la viuda y una hija huérfana, seres
              queridos todos de Armando Alejandre, Carlos Costa, Mario de la Peña y Pablo
              Morales, los cuatro tripulantes de Hermanos al Rescate, cuyas avionetas fueron
              derribadas por aviones de guerra de Castro, el 24 de febrero, hace ahora 3 años,
              el dolor y la pena no dan tregua. Tampoco hay consuelo para los abuelos, las
              novias, las tías, los sobrinos, los primos, los amigos y los compañeros. Como no
              lo hay para el pueblo cubano, los buenos cubanos de la Isla y los que luchan y
              defienden los derechos humanos en cualquier parte del mundo.

              Los Alejandre, los Peña, los Costa y los Morales lloran a sus muertos, exigen
              justicia, claman castigo para los asesinos de sus hijos, para los culpables de haber
              sumido sus hogares en la más infinita desolación y tristeza.

              El día negro el cielo estaba despejado

              Miriam de la Peña y su esposo Mario andan tomados de la mano como buscando
              protección el uno con el otro. Cuando ella llora, discretamente él inclina la cabeza
              para que ella no note que él llora también. Estaban tan orgullosos de su hijo
              Mario. Le iba tan bien al muchacho de 24 años en su trabajo y en sus estudios.
              Era tan esforzado y cumplidor, y se veía tan guapo tripulando su pequeña avioneta
              de misión humanitaria.

              Miriam y Mario, los padres, lo tenían todo: dos hijos buenos, (Mario y Michael),
              un hogar íntegro y una posición económica que les bastaba para vivir sin grandes
              apuros. En el año 80, salieron de New Jersey buscando el calor de un clima más
              benévolo y de un ambiente más cubano. A falta de La Habana, Miami.

              Desde pequeño, Mario quiso ser piloto. En Hermanos al Rescate, pudo combinar
              las dos cosas: hacer realidad su vocación y ayudar a los demás, porque era muy
              humano y se interesaba mucho por las cosas de Cuba. Por eso, enseguida que
              tuvo todas las licencias y supo que había un grupo de pilotos sobrevolando las
              costas de la Florida para rescatar vidas de balseros, se enroló como voluntario.
              Se había graduado de Ciencias Aeronáuticas, era instructor de vuelos y seguía
              estudiando y trabajando en American Airlines.

              "Mi mayo temor era el viento. Las avionetas son tan frágiles. Pero nunca pensé
              que Fidel Castro iba a hacer lo que hizo", dice Miriam alzando el tono ahora
              acusador de su voz, y subrayando que todavía no acaba de comprender cómo
              puede haber gente tan maligna, que asesine a personas inocentes.

              Mario le había comentado a su mamá que la tarea no era fácil. "Es muy duro. Es
              difícil que alguien se quede en esas condiciones sólo por acumular horas de
              vuelo". Efectivamente, se volaba de 4 a 5 horas en aquellos aviones tan
              pequeñitos y ruidosos que no tienen ni siquiera aire acondicionado, ni calefacción
              para el tiempo de frío. Tampoco cuentan con facilidades sanitarias ni de comida.
              "Era un sacrificio grande", agrega hoy la madre. "Pero él lo hacía con mucho
              amor, dedicación y orgullo".

              "Mi hijo Mario, que era el mayor, y Michael nacieron en New Jersey. Sus abuelos
              y sus tías lo cuidaban para que yo pudiera trabajar. Soy secretaria administrativa".
              Cuando Mario nació, sus padres no tenían decidido el nombre, pero optaron por
              llamarlo como el padre y como el abuelo materno, Mario".

              Miriam Recuerda que Mario de pequeño "era muy curioso, preguntaba todo y se
              entretenía mucho jugando con sus carritos. Yo creo que él creció conservando su
              corazón de niño. Tenía unos sentimientos muy nobles y limpios. Ya de jovencito,
              como siempre fue tan activo, practicaba deportes submarinos. Ma parece que su
              afición a los aviones se despertó viendo que yo trabajaba en líneas aéreas, lo que
              también nos propiciaba viajar bastante". Miriam trabajó en Eastern Airlines y
              ahora en Iberia. "Pero él cuenta, en composiciones que hizo en la Universidad,
              que lo decidió cuando oyó los relatos de la madre de un astronauta, que había
              estudiado en la misma escuela primaria que él".

              También recuerdan los padres de Mario que su hijo era muy sociable. "Nada más
              que salía al patio y ya se ponía a hablar con el vecino de al lado. El conversaba de
              todo y conocía a toda la gente de por aquí".

              El joven piloto asumió su compromiso con Hermanos al Rescate con mucha
              seriedad. Aunque estuviera cansado, por haber tenido que trabajar hasta tarde o
              estudiar por exámenes, si tenía que volar, se levantaba a lasa 6 de la mañana. Era
              muy puntual.

              El día de su último vuelo, Mario salió de la casa a las 7 de la mañana. Antes,
              Miriam lo había sentido en la cocina preparándose el desayuno. (Le encantaba el
              cereal, una caja no le duraba nada). "Yo oí su rutina. Más tarde, como a las
              11:15, hablé con él por teléfono. Me llamó del hangar. Le pregunté si ya estaba
              de regreso. Me dijo que no, que no habían salido todavía. Yo miré hacia afuera, y
              vi que el cielo estaba bien clarito, que no había ni una nube. Tampoco soplaba el
              aire. Se lo comenté, como diciéndole que el día estaba muy seguro".

              El dolor es mayor porque el asesino anda suelto

              Eva Barba anda como si más que sus 74 años le pesara demasiado el dolor que
              lleva en el alma. Pablo era su orgullo su pasión de madre.

              El joven había cumplido 29 años, pero por su figura menuda y su sonrisa perenne
              parecía tener menos. La motivación de Pablo para integrar la flotilla de Hermanos
              al Rescate, fue su propia experiencia. En el año 92, salió de Cuba en una balsa y
              cuando ya no tenía esperanzas de salvar la vida, vio en el aire a una avioneta de
              Hermanos al Rescate que llegó en su auxilio y le lanzó agua y medicamentos.
              Cuando el cubanito puso pie en tierra, lo primero que hizo fue pedir su
              incorporación a aquel cuerpo de paz. Para él no había otra manera de saldar la
              deuda.

              A las 8 de la noche del sábado, 24 de febrero, sonó el teléfono en la casa de Eva,
              en Luyanó, barriada de La Habana. Era una amiga de Miami que le comunicaba
              la trágica noticia. Eva, y Nelson y Nancy (los dos hermanos de Pablo) en medio
              de los sollozos y la desesperación, sintieron deseos de que los mataran a ellos
              también y empezaron a desafiar al régimen. "El que se atreva a venir aquí tiene
              que atenerse a lo que va a pasar", gritaban. "Me sentía morir, pero quería hacer
              algo, decir al mundo lo que habían hecho con mi hijo. Que supieran que Castro es
              un asesino".

              Pablo llegó a este mundo sin esperarlo sus padres. Ya su madre era una mujer
              madura, de 42 años. "Dios me dio esa dicha, porque él fue un hijo adorable:
              estudioso (terminó la especialidad de Geodesia y Cartografía), cariñoso,
              respetuoso. Todos el mundo lo quería". Pero Eva no puede seguir describiendo
              cómo era su hijo, porque la voz se le quiebra en sollozos.

              "El dejó huellas muy lindas en el corazón de todos los que lo conocieron. Lo
              querían mucho. Fue un hermano como pocos", dice Nancy. "Era un cristiano
              intachable, y para mí un gran amigo. Jamás se olvidó de la familia. Siempre estuvo
              pendiente de llamarnos y atendernos. Lo de él era vivir para nosotros".

              Eva y Nancy Morales han encontrado aquí en Miami, apoyo y cariño de muchas
              personas (a cada momento la puerta de su casa se abre. Son vecinos, amigos y
              hasta que desconocidos que llegan con ramos de flores en la mano para
              dedicarlos a Pablo).

              Por su edad, su actitud y su forma de ser, Eva Barba recuerda a Mariana
              Grajales. Cuando habla, muestra gran orgullo por su hijo héroe. "Lo único que
              quiero es que se haga justicia. Yo sé que no soy la única madre que ha perdido un
              hijo, pero todas esperan encontrar al culpable y hacerlo pagar por su crimen.
              Pero en mi caso, sé que Castro mató a mi hijo y no pasa nada. Yo lo único que le
              pido a Dios es que lo juzguen, que la verdad se abra paso".

              La última vez que oyeron la voz de Pablo fue el día 22, que era el cumpleaños de
              Nancy y él llamó por teléfono. "Me cantó una canción cristiana para felicitarme y
              me dijo que estaba muerto de cansancio, pero que iba a comprar unos juguetes y
              alimentos para llevarlos a los refugiados cubanos en Nassau, porque "el sábado
              vamos allá". Se le oía contento de lo que iba a hacer. Me dijo: "Yo quisiera que tú
              vieras cómo se ponen esos niños cuando nos ven llegar con juguetes". Y Nancy
              agrega: "por eso me da tanto dolor ver lo que pasa. Sabiendo lo que mi hermano
              tenía en su corazón, el régimen castrista quiere hacerlo aparecer como un pirata
              un terrorista".

              La familia de Pablo Morales llegó a EE.UU. tres meses después del asesinato. La
              novia y otros familiares, le dieron algunos objetos personales del joven que
              pudieron recuperar. "Pero ni siquiera tuvimos el consuelo de ver el sitio donde
              vivía. Saber cómo lo dejó." Pablo, prácticamente un recién llegado a este país, no
              tenía grandes bienes materiales y se ganaba la vida repartiendo productos de la
              empresa "El sembrador". Como persona humilde que era, vivía en una habitación
              alquilada, que dejó de estarlo, al partir él y no regresar. "No tenemos ni ese lugar
              para ir a llorar, pero él vive con nosotros, en nuestro corazón. Y vamos adonde
              las palmas, al simbólico sitio que han levantado en memoria de los cuatro en el
              aeropuerto de Opalocka. Allí vamos a recordarlo".

              La presencia ausente de Carlos Costa

              En la casa de Carlos Costa está prohibido mover las cosas de lugar. El tiempo se
              ha detenido, ha quedado atrapado. El cuarto del hijo ausente permanece como si
              de un momento a otro, fuera a regresar. Mirta, la madre, se niega a aceptar la
              cruel realidad, y cada día hace su cama, revisa sus ropas en el armario, quita el
              polvo de su mesa de trabajo y se cerciora muy bien de que todo esté en su sitio,
              igual que en aquel largo y oscuro día 24 de febrero de 1996.

              "Osvaldo, Mirta, mi hija, y yo nos sentamos a escoger nombres. Ya habíamos
              decidido agrandar la familia, no obstante saber a lo que me iba a enfrentar. Debía
              empezar de nuevo porque ya la niña tenía 10 anos. También estábamos
              levantando cabeza en este país. Habíamos llegado de Camagüey, Cuba, hacía
              cuatro años y trabajábamos muy duro en la factoría. El embarazo fue un poco
              complicado. Ya en los últimos meses, prácticamente no podía permanecer
              sentada porque el niño no estaba en la posición correcta. Osvaldo, por su parte,
              también estudiaba soldadura por la noche. Teníamos cien mil preocupaciones,
              pero acogimos la noticia con mucha alegría. Llegamos a la conclusión de ponerle,
              si era varón, el nombre de Carlos Alberto. No quisimos llamarlo como su padre,
              porque teníamos la experiencia de que ya en la casa, la niña y yo no nos
              llamábamos iguales y eso creaba confusión. Tampoco a Osvaldo le gustó la idea
              de que llevara su nombre".

              Sin embargo, Osvaldo no interviene para aclarar ni agregar nada. Prefiere guardar
              silencio, permanecer distante, con sus recuerdos, mientras entrelaza sus dedos y
              encoge su cuerpo, como queriendo perderse en su guayabera blanca, almidonada
              e impecablemente planchada. Son su mujer y su hija las que dicen que aunque era
              rubio como la madre, el hijo se parecía al padre.

              El parto de Mirta no fue tan malo y por suerte la situación poco a poco fue
              mejorando porque Osvaldo empezó a ganar más, ya como soldador. "Carlos
              tenía un año cuando nos mudamos para esta casa".

              Mirtica se acuerda muy bien de todo. "Veía a mi hermano como un muñeco con el
              que podía jugar. Le hacía de todo, menos bañarlo. Mi abuela se encargaba de
              eso, porque ella nos cuidaba mientras mi mamá trabajaba".

              "Empezó el kindergarten. La maestra me decía que era un niño muy aplicado.
              Sacaba muy buenas notas. También le encantaba practicar deportes: jugaba
              béisbol y soccer. Y como siempre, se distinguía como en todo lo que hacía".

              "Carlos siguió estudiando. Nosotros nos sacrificábamos con tal de que se hiciera
              de una carrera, de educarlo lo mejor posible. Pero él, desde muy jovencito, quiso
              ganar su dinero y empezó a cortar patios, y a trabajar en los Flea Market, los
              sábados y domingos. Ya, a los 17 años, pasó a Sears, al Westland Mall. Allí
              estuvo 5 años hasta que se fue para Daytona Beach, a la Universidad, para
              terminar Ciencias Aeronáuticas".

              Carlos regresó a Miami y se quedó en la casa con sus padres. Mirtica, que se
              había casado mucho antes, vivía aparte con su esposo y tres hijos. "El quería
              trabajar en la administración del aeropuerto. Pero yo me asusté mucho cuando vi
              que sacaba licencias de vuelos. Sentía mucho temor de que fuera a ser piloto,
              pero él me aclaró que se requerían para su trabajo. Finalmente consiguió un
              puesto como vendedor de piezas de aviones. Quería abrirse camino, mientras
              esperaba la oportunidad de conseguir empleo en el aeropuerto, que era su
              aspiración. Apenas pudo, dejó el trabajo que tenía (donde ya ganaba buen
              salario) y entró al aeropuerto con menos dinero y con un trabajo sin mucha
              importancia. Pero muy pronto se fue destacando. Ya sus superiores analizaban la
              posibilidad de ascenderlo. Al mismo tiempo, en noviembre empezó a ayudar a
              Hermanos al Rescate".

              Cuando Mirta supo esto se sintió morir. "Imagínate con el miedo que yo le tenía a
              los aviones". Pero Carlos no se dejó convencer. Además de acumular horas de
              vuelo, iba a hacer una labor muy útil". Creo que él lo decidió porque se había
              impresionado mucho cuando, en el 89, íbamos en un crucero, que tuvo que parar
              para recoger a unos balseros".

              El día anterior a que Carlos se dispusiera a emprender su definitivo viaje, comió
              en la casa de su hermana, donde estaba su mamá, porque Mirtica se encontraba
              fuera de Miami. Hablando de otros temas, de momento Carlos le dijo a su madre:
              "Yo sé que la que me quiere a mí de verdad eres tú".

              Mirta no entendió muy bien aquella reacción, pero después recordó que una
              semana antes había tenido una pesadilla horrible. "Soñé que estaba en el trabajo
              cuando de pronto sonó el teléfono y una compañera mía lo respondió. La vi
              entonces que ella dijo: 'Carlos Costa' y yo me percaté de que le fue cambiando la
              expresión del rostro. En ese momento, le pregunté en inglés "Dead?". Y de
              inmediato, en el sueño, me sumergí en un túnel profundo y negro. Me desperté y
              me sentí desesperada. Pero los días fueron pasando y la pesadilla quitándose de
              mi mente. El sábado 24, como siempre me ponía mal cuando él iba a volar, me
              levanté para despedirlo. El salió y yo me quedé mirándolo por la ventana. Lo vi
              como arrancó su carro, dio marcha atrás y finalmente salió andando".

              Un hombre de acción, impaciente por luchar

              Marlene, la viuda de Armando Alejandre, no puede hablar de él. "Me siento al
              punto del desmayo. Yo quisiera, pero me es imposible". Tampoco la hija Marlene
              Victoria (estudiante de Relaciones Públicas en la Universidad de Gainsville) tiene
              fuerzas para decir nada. La vida de estas dos mujeres ha quedado profundamente
              marcada. Armando era un esposo cariñoso, dedicado a su mujer y a su hija. Un
              hombre de hogar que paseaba por las tardes con su familia, y que sólo salía a
              trabajar o a participar en alguna demostración o actividad a favor de la libertad de
              su Patria: Cuba era su obsesión y se impacientaba porque el tiempo iba pasando y
              no se acababa el resolver la situación angustiosa del pueblo cubano.

              En Kendall, casi en una cuadra a la redonda, están las seis casas de toda la familia
              Alejandre, incluyendo las de las tías. Allí viven Marlene y su hija Marlene Victoria;
              las hermanas de Armando; Maggy, Cristina y Ana. Y en la fila, también está la
              casa de los padres: Armando y Margarita. Los Alejandre son una familia unida y
              bien llevada. "Desde mi casa --dice Cristina-- yo veía a Armando caminar cuando
              hacía ejercicios. El estaba tratando de adelgazar. Nos visitábamos casi todos los
              días".

              "Nos llevamos cuatro años y medio, todos los hermanos. Armando era el más
              pequeño y el único varón. Te imaginas como lo teníamos de malcriado. El tenía 10
              años cuando llegamos de Cuba. Cuando terminó el High School se fue de
              inmediato como marine para Viet Nam. Cuando regresó, empezó a trabajar
              eventualmente con mi papá, en el negocio de construcción, y se graduó de
              Historia en FIU. Al final estaba trabajando como administrativo en el
              Departamento de Tránsito del Metro Dade".

              Armando Alejandre podía haberse quedado muy cómodo en su hogar, pero
              escogió el camino de luchar por su Patria. "El siempre fue un anticomunista
              convencido". Ese fue uno de los motivos que lo llevó con 18 años a la guerra de
              Viet Nam", dice su hermana Maggy. "Pero yo te diría que se dedicó más
              activamente a la lucha contra Castro en los últimos 6 ó 7 años". Y efectivamente
              en esta última etapa, Armando Alejandre fue noticia en los medios de prensa por
              sus actos de coraje, como cuando viajó a Colombia a protestar por la visita de
              Castro, saltó la cerca de la Sección de Intereses de Cuba en Washington y
              arremetió contra la puerta el Instituto San Carlos, cuando el régimen castrista
              quiso posesionarse del histórico lugar, que por derecho corresponde al exilio
              cubano.

              El último reto que tuvo con la muerte Armando Alejandre, fue el 24 de febrero de
              1996. "Era la segunda vez que él volaba con Hermanos al Rescate. El no
              pertenecía a la organización. Su primer viaje fue para llevar provisiones a los
              balseros, en las Bahamas".

              "A mi hermano lo que más le interesaba era que la gente supiera la verdad sobre
              Cuba. Le molestaba bastante la confusión existente no sólo en Estados Unidos
              sino en todas partes del mundo. Le preocupaba que no se conocieran las
              violaciones de derechos humanos que ocurrían en Cuba constantemente. El era
              una persona tranquila, pero muy firme en sus decisiones, que le gustaba actuar. El
              no tenía mucha paciencia para estar esperando a que un grupo se sentara a
              decidir que hacer. Quería demostrar que se podía luchar".

              En el plano personal, Armando "era un encanto con su hija. A esa niña, él la
              adoraba. Y ella a su padre. Las relaciones entre ellos eran únicas".

              "MI padre nos inculcó mucho el amor a Cuba. El extraña mucho a su hijo. Tanto
              él como mi madre ya son personas mayores, pero han afrontado el hecho con
              mucha entereza y han sabido sobreponerse a la pérdida de Armando, si es que
              esto se puede decir de acostumbrarse a tener siempre el alma angustiada.
              Nosotros todos tenemos una fe muy grande en Dios, y eso ayuda mucho.
              Confiamos en que se haga justicia. Eso es lo que estamos buscando".