El Pais (Cali, Colombia)
Noviembre 21 de 2004

Entrevista.

Pardo Llada revela las más secretas sensaciones que tuvo durante su viaje a Cuba

“Sentí lo que hace 40 años no sentía”

Tras 42 años en el exilio, el periodista volvió a deleitarse con el espectáculo del malecón. “Lloré como una zarzamora en La Habana”.

Por Diego Martínez Lloreda. Subdirector de Información de El Pais

“En quince años de periodismo, José Pardo Llada ha logrado el milagro de ocupar el primer lugar en todas las investigaciones de radioaudiencia. Periodista agresivo, de honda sensibilidad popular, su espacio radial combatió virilmente -42 suspensiones y 27 arrestos en seis años- la dictadura de Batista y cuando creyó que no le quedaba otra alternativa que pelear con las armas contra la feroz pandilla que se había apoderado del poder, fue a la Sierra a ponerse a disposición del comandante Fidel Castro...”

Este es el texto de presentación que aparece en el libro Memorias de la Sierra Maestra, escrito por José Pardo Llada en 1960. Un mustio ejemplar de este libro de 172 páginas, quizás el último que existe, le fue entregado por un anónimo librero, en la habanerísima Plaza de Armas, al periodista cubano, durante el reciente viaje que hizo a la isla, tras 42 años de ausencia.

El gesto del viejo librero habanero le propició al periodista colombo-cubano uno de los muchos ataques de llanto que, con vergüenza, admite haber tenido durante el reencuentro con su Cuba natal.

Su orgullo de viejo combatiente lo ha llevado a afirmar que viajó a La Habana para buscarle una cura al mal que lo tiene a punto de volverse ciego. Pero quienes lo conocemos, tenemos claro que esa es sólo la mala excusa que encontró para justificar un viaje que, por pura dignidad, estuvo aplazando durante cuatro décadas de exilio.

Luchando para no llorar “como una zarzamora”, Pardo Llada revivió para El Pais los momentos más emocionantes de este viaje a su isla. Y a su pasado.

¿Qué sensación tuviste cuando te bajaste del avión en Cuba?

Yo creía que al llegar me iba a desmayar, porque yo soy un hombre antiguo y pensaba que bajaba del avión por una escalera. Pero ahora la llegada es por unos túneles, como en todos los aeropuertos del mundo. Allí en inmigración nada me causó impresión. Después me montaron en un taxi, que son los mejores automóviles que hay en Cuba, me llevaron al Hotel Nacional, vi parte de La Habana. Y entonces sí sentí que me moría.

¿Qué recuerdos te trae el Hotel Nacional?

Quería ir a un hotel donde vivía Hemingway que se llamaba Dos Mundos, que era más barato. Allá todos los hoteles son magníficos, es algo que ha hecho en Cuba Eusebio Leal. Él es quien le ha resuelto a Fidel el problema de la reconstrucción de La Habana, no sólo de la vieja. En La Habana hay muchos hoteles hermosos, claro que el más hermoso es el Nacional, porque está frente al mar. Uno de los espectáculos más maravillosos que tiene La Habana es el malecón, como rompen las olas y se levantan. En ese hotel vivieron todos los notables del mundo como Frank Sinatra, Ava Gardner, Baby Ruth. Cuando yo bajaba por aquel viejo ascensor, me sentía como si fuera Marlon Brando. Me quedaba horas en una banca mirando al malecón.

¿Ha cambiado mucho La Habana en todo este tiempo?

La Habana es la misma, pero hay zonas deterioradas. El malecón, por ejemplo, que era una hilera de casas de la misma altura, está deteriorado, qué triste eso. Pero Eusebio Leal, con la ganancia que obtiene del turismo y de los hoteles, ha hecho unas brigadas de reconstrucción donde trabajan miles de obreros. En La Habana hay baches y huecos como en Cali, pero lo positivo es que ves obreros trabajando en todas partes.

¿Qué recuerdos te trajeron los olores de Cuba, según tu memoria olfativa?

Si sigues con esos temas sentimentales, voy a tener que sacarte de aquí- Sentí una emoción tan grande. Tú sabes que yo soy un hombre muy duro para llorar, yo no sé llorar y en La Habana de cuando en cuando me caían las crisis, y me ponía a llorar en las esquinas como las zarzamoras y yo no sabía por qué. Era el peso sentimental de estar en una ciudad donde viví toda mi vida hasta que me vine al exilio.

¿A qué te huele Cuba?

Más que el olor, lo que se siente es el sol, el cielo azul. Caminé por todas las calles de La Habana... Tuve experiencias tremendas. Llegué un día a la Plaza de Armas donde venden libros viejos. Claro, los vendedores no me reconocen, pero había un hombre maduro que se quedó mirándome y me dijo: “Usted es Pardo Llada”, me abrazó y empezó a llorar conmigo. Yo quería salir corriendo porque era un espectáculo deplorable, dos viejos llorando. Entonces él me dice: “Oiga, usted no se acuerda cuando estuvo en el pueblo de Regla, hace 50 años, y del discurso que ofreció”. Y ese hombre me recitó el discurso. Me llamó a los otros, me dio este libro, que escribí en 1960 ‘Memorias de la Sierra Maestra’... Fue algo tremendo.

¿Volviste a la casa en la que naciste?

Yo nací en el pueblo más grande del mundo, que se llama Sabana Grande, que paradójicamente es chiquitico y llegué a La Habana cuando tenía 12 ó 13 años, pero me acuerdo de las casas donde viví. Me fui a ver la casa donde pasé mi infancia, está en buen estado, y cuando la estaba mirando, salió una dama muy elegante -lo que es raro porque la elegancia no es común en Cuba-y se queda mirándome, y me pregunta quién soy, se lo digo y la vieja por poco se desmaya y dice: “Hoy yo vivo en la misma casa en que usted vivió cuando era niño”. Después vi un apartamento donde iba Fidel siempre a almorzar conmigo. En ese entonces yo transmitía mi programa de radio y llegaba a las 2:00 p.m. cuando un día a mi mujer, María Luisa, le llegaron los dolores del parto. Fidel estaba ahí, cargó a mi mujer y fue quien la llevó al hospital. Esas son cosas que no se pueden olvidar, ni a él ni a mí.

¿Cuál de esas visitas te emocionó más?

Las emociones más grandes las sentí cuando visité la Universidad de La Habana. Qué escalinatas, qué espectáculo, este es un monumento a la arquitectura griega. Fue una de mis mayores emociones cuando visité la universidad donde estudié derecho y me senté en la misma banca donde me inicié en los estudios.

¿A qué amigos viste?

Amigos vi pocos, saludé a Alicia Alonso, pues la primera noche fui al Ballet Nacional. Alicia está ciega, pero alguien le dijo que yo estaba ahí, y tuvo la gentileza de mandarme a buscar. Ella es como una reina y me recibió en un salón especial que es para ella y los grandes invitados. Yo creo que por eso mucha gente se enteró de que yo andaba en Cuba y me fueron a ver algunos amigos y amigas, algunos hasta me invitaron a su casa a almorzar. Todos ellos intelectuales, pero viven con una gran modestia y cuando me invitaban me daba cuenta del esfuerzo que hacían y eso me daba una pena...

¿Con la gente que hablaste, la notaste feliz?

No, no creo que sean felices, sólo que se adaptaron a esa vida. Creo que resisten la crisis con gran dignidad. La gente que yo traté no hablaba de política, ni de Fidel. Pero me visitaron dos veteranos comandantes de la Sierra Maestra y me trataron con una cordialidad y un cariño inmensos, al igual que los viejos amigos. Me hicieron sentir lo que no sentía hace más de 40 años.

¿Qué notaste diferente en los edificios y en la gente?

Mucho, ha cambiado de tal forma que creo que no hay posibilidad de que haya regreso. Ese es otro país, otro sistema, otra educación, muy buena por cierto, otra nación, otras costumbres. Lo que noté en la juventud fue una gran cultura. Cualquier muchacha ahí un día que te encuentres en una esquina te habla dos o tres idiomas. Me senté en el parque central, y había un grupo de estudiantes, la mayoría mulatos o negros, porque ahora hay más población de color, y me senté a oír lo que decían y hablaban de qué países en Europa estaban más industrializados, algo increíble.

Hay una actividad cultural intensa. Parece que el Gobierno para darle contentillo al pueblo hace fiestas todos los sábados en todos los barrios y en todos los lugares levantan una tarima y se ponen unos músicos a tocar, la gente a bailar y a tomar cerveza. Yo creo que la mayor parte de los cubanos son músicos, donde quiera que vas hay un trío.

Eso también contribuyó a mi carga sentimental y cuando ya me iba me senté en una de esas butacas de mimbre del Hotel Nacional, llegó un trío que por supuesto no me conocía y empezó a cantar “cuando salí de La Habana”... chico, qué golpe, qué cosa, yo estaba como la zarzamora, llorando por los rincones.

¿Sigue siendo tan bella La Habana?

Me da un poco de pena decir esto, pero para mí no hay ciudad más hermosa en el mundo que La Habana. Es una ciudad que no pueden destruir ni las revoluciones, ni los desaciertos, ni los embargos, no pueden destruir el malecón, el mar, el sol, el Castillo del Morro, todo está allí. La Habana sigue siendo lo que era antes, un poco deteriorada, pero sigue siendo la misma. Aunque yo no fuera habanero, cubano, ni llevara tanto tiempo por fuera, me hubiera maravillado. La Plaza de Armas. El Palacio de Capitanes Generales, no lo hay igual en el mundo, ahí gobernaron por 300 años los gobernadores españoles, luego vivieron los presidentes de Cuba hasta 1925, La Plaza de Armas, qué belleza.

¿La revolución, a la que ayudaste a triunfar, sirvió para mejorarle la calidad de vida al cubano?

No. Hoy existen muchas carencias, el cubano no puede comprar lo que quiere. Por ejemplo, a mí me gusta mucho la natilla, y de bruto, la pedí en dos o tres restaurante y no había, porque los huevos son muy escasos. Hay una frase que indica la actitud del cubano: ‘Hay que resolver’, dicen. El cubano con lo que gana no puede vivir, entonces ellos dicen: hay que resolver y hacen trabajos extras y así se van consiguiendo el dinerito. Viven con dignidad, no hay un limosnero, ni uno. Pero carencias hay muchas. Por ejemplo, hay una gran heladería, orgullo de los cubanos desde hace 50 años, que se llama Copelia, tenía 50 variedades de helados y hoy tiene dos: chocolate y naranja-piña.

¿Te impresionó el hecho de que a los cubanos no los dejen entrar a los hoteles ni a los restaurantes lujosos?

Hoy los cubanos ya pueden entrar en los hoteles, lo que no pueden es hospedarse, pueden entrar a buenos restaurantes si tienen dólares. Viven en sus casas con modestia, sin lujos, y sin comodidades extraordinarias. Una amiga mía muy notable, vive en una casa que es un palacio y aún ahí la comida es limitada. Me daba pena que me invitaran.

¿Saliste de La Habana?

No, no salí, lo mío era caminar. llegué cansadísimo. Caminaba mañana, tarde y noche, a veces tomaba un taxi para que me llevaran a un lugar lejano y me regresaba caminando.

¿Te abordaron las famosas jineteras?

Sí, las jineteras están ridículamente vestidas, porque se ponen todo para llamar la atención. Son limpias, como todos los cubanos. Pero las mujeres no visten bien, sino con lo que pueden vestirse. En Cali se ven mujeres más lindas, quizás porque se pueden arreglar más. Ya no se ven en La Habana esas mulatonas de ensueño que enamoraron a Hemingway y a Sinatra.

¿Los cubanos son conscientes de que la muerte de Fidel está cerca? ¿Qué esperan que pase cuando eso ocurra?

Yo estaba de turista y fui prudente en no poner ese tipo de tema entre mis amigos. Ellos no hablan de Fidel porque él ha pasado a convertirse en una especie de personaje misterioso, del que no se sabe dónde está. Yo creo, es una impresión que no es confirmada, que ellos saben que o Fidel en estos años modifica un poco su política acercándose a la de los chinos o el régimen se hunde. Pero creo que si Fidel se muere, va a producirse una sucesión inmediata. Olvídense los cubanos de Miami que van a llegar al poder. Han pasado 44 años y ese es un país distinto.

¿Haciendo un balance, ha sido más lo que le ha dado la revolución a La Habana, que lo que le ha quitado?

La revolución ha trabajado en tres frentes: la salud, la educación y ha tratado de darle trabajo a todo el mundo, lo que no ha podido ser. Los precios del azúcar han caído, el café no tiene la importancia que tuvo antes.

Y también ha erradicado la delincuencia...

Es cierto. No asaltan, porque no hay qué asaltar, no hay bancos, no hay tiendas. No hay nada qué robar.

En sus propias palabras

“Las iglesias no mantienen llenas, pero va gente. Caminando por La Habana Vieja, los guías mencionan y enseñan lugares por donde estuvo el Papa o hay recuerdo de ello. No creo que sea un fervor religioso como el de antes, pero sí existe la religión católica, no hay ni una sola iglesia que esté cerrada”.

“El otro día dije en algún reportaje que quería morirme en La Habana. No sé por qué dije eso. La verdad es que yo no quiero morirme en ningún lado. Que venga ese espectáculo maluco, que venga donde venga, en Cali o en La Habana”.

“El cubano de Miami y el de la isla no tienen nada que ver. El de Miami está en una sociedad capitalista, de consumo. El de la isla no sabe qué es eso”.

José Pardo Llada, en entrevista con El Pais.