El Nuevo Herald
Sun, Oct. 31, 2004

Tres figuras del exilio que brillan en París

WILLIAM NAVARRETE
Especial para El Nuevo Herald

La vida y obra, por más de tres décadas, del pintor Joaquín Ferrer, del escritor José Triana y de la pianista y compositora Numidia Vaillant en París, sitúa a la capital de Francia entre los lugares en el mundo donde la creación cultural del exilio de las últimas cuatro décadas ha tenido mayor vigor e impacto.

Resulta muy difícil abordar en poco espacio la obra de quienes, en ámbitos diferentes de las artes y letras, han ofrecido durante años lo mejor de sí a la ciudad en que viven y al recuerdo imborrable del país que dejaron atrás. Más que distinciones de peso o preferencias -que no son las que animan este breve encuentro con ellos- se presentan por el orden alfabético de sus nombres y priorizando, eso sí, la influencia que Francia -el país que comparten- ha ejercido en sus obras.

JOAQUIN FERRER

Joaquín Ferrer (Manzanillo, 1929) llegó a París en 1959. Descubre fascinado desde el primer contacto con los originales de la pintura europea la paleta vasta de Gauguin, la espontaneidad de Miró, la poesía vital de Paul Klee. Desde su primera exposición -presentada por Max Ernst- Ferrer asimila y reinterpreta el trabajo de los Surrealistas, en pleno apogeo durante la década de 1960. El aspecto cali

gráfico de su obra, manifiesta la fascinación que ejerce sobre él el Lejano Oriente, una cultura con la que entra en contacto desde que siendo estudiante de San Alejandro frecuentaba el barrio chino de Zanja, en La Habana.

Este trabajo es el que vemos, por ejemplo, en Cuba: la libertad perdida, una tela sin fecha -me dice- por cuanto da igual que se refiera a hace cuarenta años como al día de hoy, pues Cuba y sus hijos padecen de esta pérdida dolorosa desde hace demasiado tiempo ya. Un gran lienzo que concibió para homenajear a los que viven detrás de los barrotes de las cárceles en la isla por el simple hecho de querer, como ha querido él, ser.

Al observar los lienzos de Ferrer -en general grandes telas, que es el formato que prefiere- percibimos un trazo armónico de líneas y fondos que como notas musicales crean -en ocasiones autónomas, otras veces en sinfonía perfecta- la sensación de que asistimos al concierto de los orígenes del mundo. En realidad, mucho de este orden de proporciones mágicas, es deudor de la naturaleza ajardinada de Francia, de la impresión de sus verdes campos rotulados, perfectamente simétricos que observamos cuando los sobrevolamos.

JOSE TRIANA

Para el escritor José Triana (Hatuey, provincia de Camagüey, 1931), autor de las célebre pieza de teatro La noche de los asesinos, París ha sido, por decirlo de algún modo, la ciudad que ha permitido que el exilio -abyecto y trágico en su esencia misma- lo haya vivido como una segunda vida, como un renacimiento.

Triana vivió el Madrid de los años cincuenta y regresó a Cuba, como muchos, esperanzados en que el triunfo de la revolución significaría un renacer para la isla. 'Comprendí inmediatamente que hacer algo allá, en medio del vértigo y la confusión reinantes, era entablar una lucha denodada contra la enajenación y la demagogia", advierte. ``Quedé paralizado cuando oí las primeras consignas que entendí como un 'bocabajo' intelectual, un acata y cállate en medio de fusilamientos, persecusiones, campos de concentración -como los del carnicero Valeriano Weyler-, órdenes y estrictas vigilancias''.

Entonces, ante la ''jerigonza del castrismo'' -el término lo acuña Triana-, apareció Francia en su horizonte, su esposa Chantal, la magia de París y con ellos el potencial necesario para crecer, superar el pasado, enriquecer el espíritu, el saberse anónimo y libre de verdad sin otro compromiso que ser fiel a la escritura.

A pocos metros de la plaza de la Concordia, Triana comienza cada día, el ritual de su devoción: las letras. En su apartamento no cabe un libro más y en él, compendio del universo entero, se respira un aire fresco de una Cuba generosa que tal vez se esté perdiendo ya. Allí ha concebido su libro de relatos Cinco mujeres (Actes Sud) que son los recuerdos más lejanos del poblado natal. ``Desde aquí -dice- amo y amaré a Cuba, el país que vive en mí''.

NUMIDIA VAILLANT

Del otro lado del Sena, Numidia Vaillant, nacida en Santiago de Cuba, vive desde 1958. Alumna de Joaquín Nin, en el Conservatorio de La Habana, desciende de una vasta familia de músicos que desde cuatro generaciones dan de qué hablar en la capital oriental. ''Mi abuelo -Maximiliano Villalón- fue el maestro de solfeo de Miguel Matamoros, y en Santiago poseíamos el Conservatorio Espadero, cuna de no pocos músicos de la región'', recuerda con precisión.

Estrella de las noches del Blue Note -donde tocó con Bud Powell, Stan Getz y otros portentos del jazz-, la pianista ha llevado su música a lugares tan distantes como Japón, Islandia, el Congo e Israel. ''A donde quiera que voy Cuba y su música, esa manera tan sensual de interpretar el jazz que tenemos los cubanos y que nos hace únicos, va conmigo'', me dice.

Luis Mariano, conocido cantante francés, incluyó en su repertorio Juanita la chismosa, una pieza compuesta por Numidia, quien también es compositora. Actualmente toca en el Be-Bop, uno de los míticos clubes de jazz de Saint-Germain, ``un lugar donde, afirma, respiro cada noche a través del aire de mi público de París y respiran, a través del mío, los maestros de la música cubana, Lecuona, Sánchez de Fuentes, Caignet, White que viven en un repertorio que incluye a Gershwin, Ellington, Bill Evans o Monk", autores que ha grabado.