El Nuevo Dia (San Juan, P.R.)
17 de julio de 2007

Rebelde al destrozo del tiempo

Por Ruth Merino / rmerino@elnuevodia.com

    * Su conocimiento militar y su ascendiente sobre sus compañeros de armas le hicieron peligroso para la cúpula de la revolución cubana. Y al emigrar, recaló en Puerto Rico para fundar instituciones educativas.

Yo quiero volver a correr”, afirma el coronel Ramón Barquín sonriendo.
El coronel acaba de mostrar lo que es capaz de hacer en el minigimnasio que ha instalado en la marquesina de su casa en Guaynabo. Puede mover ágilmente piernas y brazos, levantar su cuerpo en vilo, saltar, agarrado de una reja, en un trampolín, y alzar pesas.
Cualquier observador opinaría que para un hombre de 93 años que sufrió dos operaciones de la cadera y estuvo confinado a una silla de ruedas durante un año y medio, su rutina de ejercicio es un verdadero milagro. Pero el coronel no se conforma con eso; él quiere volver a correr.
¿Pondrá alguien en duda su capacidad para alcanzar esta meta? Claro que sí. El escepticismo es una actitud que abunda. Pero no en su corazón. Y esto es quizás lo único que importa realmente.
La misma voluntad que lo lleva a proponerse esta meta lo impulsó a una vida de trabajo y compromiso primero en Cuba y luego en Puerto Rico, adonde llegó a principios de los años sesenta.
Fundador de la American Military Academy, de la American Academy y de Atlantic College es conocido además como autor, conferenciante y atleta que, en su categoría, ha sido el único en traer a Puerto Rico dos trofeos del maratón de Nueva York.
No en balde su hija Lily, para subrayar su disciplinada voluntad, cuenta que su padre decidió que la terapia que le ofrecían luego de la última operación no le convenía; era demasiado suave, diseñada muy posiblemente para un anciano, no para él. “Y se fue a una tienda y compró todas esas máquinas”, dice Lily.
Diariamente, luego de un cafecito, comienza una sesión de ejercicios que se prolonga por 40 minutos. Cada movimiento lo acerca más al instante en que podría retornar, triunfante, a la pista de Torrimar que lleva su nombre y en donde, por mucho tiempo, celebró su cumpleaños corriendo tantas vueltas como años cumplidos.
Es obvio que a él le parece que la meta que se ha impuesto está totalmente a su alcance. Después de todo tiene muchísima práctica superando obstáculos en la carrera que comenzó en su nativa Cuba y continuó luego en Puerto Rico.
Nacido en un hogar acomodado en 1914, tenía 15 años cuando sus padres perdieron su fortuna al caer la bolsa de valores en Estados Unidos en 1929. En una familia de 8 hermanos, él era el cuarto. La educación de sus hijos era sumamente importante para sus padres. El joven Barquín pensó entonces que unirse al Ejército le ofrecería la oportunidad de educarse y aliviaría la carga económica para la familia. Luego de completar dos años como soldado, ingresó en la Academia Militar para formarse como oficial y se graduó en el tope de la clase.
Cuando ya había alcanzado el rango de capitán fue enviado a México a estudiar estrategia militar. Al regresar a Cuba se despertó en él la vocación pedagógica que quizás heredó de su madre, quien era maestra, y estableció una escuela superior cívica para oficiales.
“Al cabo de unos seis años, Fulgencio Batista dio un golpe de estado y cierra esa escuela y a mí me mandan para Washington de agregado militar y como miembro de la Junta Interamericana de Defensa”, cuenta.
El golpe, añade, “derrumba por completo todo el armazón constitucional de Cuba y yo, desde Washington, empecé a trabajar para obtener el apoyo de oficiales para quitar a Batista y devolverle a Cuba la constitucionalidad”. Estas gestiones originan un complot militar, planificado por Barquín y otros conspiradores, para derrocar al dictador. Pero uno de los conjurados denunció la intentona justo en la víspera del atentado.
Los oficiales involucrados fueron condenados a 8 años de cárcel. El coronel Barquín había cumplido tres años y medio de su condena cuando triunfó la revolución. El 1 de enero de 1959 Batista huyó de Cuba y dejó al general Eulogio Cantillo al mando del gobierno y del ejército.
“Cantillo no conspiró. El se quedó en el ejército y dirigió las operaciones contra los guerrilleros”, narra el coronel. Los oficiales que sí habían conspirado y languidecían en prisión fueron rescatados por sus compañeros de armas que cogieron un avión y fueron a Isla de Pinos a liberar a Barquín y a los demás militares.
“En el Estado Mayor me encuentro con Cantillo y le digo: ‘Tú tenías que haber derrotado a la guerrilla en nombre del dictador que tú servías o haber quitado al dictador en nombre del pueblo de Cuba. No hiciste ni una cosa ni la otra, por eso es que ahora estamos presenciando el entierro de las Fuerzas Armadas’”. Y Barquín cuenta que le dijo seguidamente: “Vete para tu casa hasta que llegue el nuevo presidente que nombró Fidel”.
Castro ya le había dicho que el nuevo jefe del ejército era Camilo Cienfuegos. “Fidel me dijo que ayudara a Camilo. Lo hice por seis meses. En ese momento era la revolución que el pueblo había hecho y el pueblo quería. Fidel repetía que quería una república democrática con todos los derechos. Él fue un engaño para nosotros, para el clero, para los americanos, para todo el mundo. Fidel tuvo el arte de engañar”, afirma.
Al cabo de seis meses, recibió, a través de Raúl Castro, un mensaje de Fidel: le ofrecía el cargo de secretario de Defensa o escoger un trabajo fuera de Cuba. “Le dije a Raúl que quería atender a mi familia y además quería operarme dos vértebras que tenía lesionadas y que no podía aceptar el puesto”, cuenta.
Tenía dos razones poderosas para declinar: sabía que Castro quería tenerlo bajo su control y que necesitaba sus conocimientos para incrementar su poder. Tomó finalmente la decisión de partir hacia el extranjero cuando Raúl Castro le transmitió que si no lo hacía “todos los oficiales que directa o indirectamente están relacionados con usted salen del ejército”.
“Viví en Francia y en Madrid como representante de Cuba, pero esperando la caída del gobierno de Fidel”, dice. Presentó su renuncia cuando trascendió que la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas le brindaría apoyo económico y militar a Cuba.
Regresó de Europa para residir en Miami, pero decidió establecerse definitivamente en Puerto Rico cuando se enteró de que su primogénito, de apenas 17 años, había participado en el fracaso de la Bahía de Cochinos.
“No llegó a desembarcar porque estaba en uno de los últimos barcos, pero al volver a Miami entró en contacto con un grupo que estaba dando viajes a Cuba para llevar armas y yo dije: ‘Me lo van a matar, me voy para Puerto Rico’”.
Al igual que en el pasado, parte de su filosofía de vida es aceptar el presente, con sus deberes y oportunidades, y mirar con esperanza hacia el futuro. Un futuro siempre positivo, siempre alentador, según afirma enfáticamente. En Puerto Rico esa visión optimista lo guió en la fundación y desarrollo de tres conocidas instituciones educativas.
Y aunque jamás ha votado aquí porque siente que, como extranjero, no debe votar mientras no se decida el status, estableció también el Instituto de Formación Democrática, que ofrece conferencias y talleres en años eleccionarios.
Decir que el coronel Barquín está retirado implicaría la necesidad de redefinir qué es el retiro. Pese a sus problemas de salud, ofrece conferencias en los planteles que él fundó y en clubes cívicos.
Feliz con la computadora, aprecia la oportunidad de establecer contacto inmediato y directo con el mundo entero a través de Internet. Autor de varias obras, ahora escribe un libro para dar a conocer las conversaciones que sostuvo con Fidel y Raúl Castro, con Camilo Cienfuegos y el Ché Guevara.
Viudo desde hace años, es padre de un hijo experto en computadoras y de una hija educadora, y tiene seis nietos y siete biznietos.
¿Y cómo explica su longevidad creativa y entusiasta?
Se ríe. “Chica, a veces pienso que a los ancianos los cuidan demasiado. ‘No hagas esto, ten cuidado’. Y entonces se van quedando arrinconados en sus casas porque temen moverse. Hay que mantenerse trabajando, pensando, ejercitándose. La mente es un órgano que hay que usar siempre”.
Si la mente se ha hecho para pensar y crear, los pies fueron diseñados para caminar, trotar y correr. Y cada uno de sus pasos, lentos ahora, quizás lo acercan a la pista de Torrimar. O quizás no. En todo caso, es el recorrido lo que verdaderamente importa, la continuación de la carrera hacia ese futuro siempre positivo que el coronel intuye cada día con todas las fuerzas de su espíritu.