El Nuevo Herald
October 11, 1998
 
Cubanos penan por "resolver" alimentos

 GERARDO REYES
 EL Nuevo Herald

 La Habana -- En una bulliciosa calle del reparto habanero del Vedado, entre
 edificios derruidos y montículos de basura maloliente, funciona una panadería que
 exhibe lo mejor de la pastelería francesa en impecables mostradores iluminados con
 luces de neón.

 Budette de chocolate, fortalette trop, petite pain, son algunos de los rótulos de
 productos de la panadería Pain de París que la mayoría de los clientes cubanos
 prefiere pedir apuntando con el dedo.

 Media docena de los afrancesados bizcochos cuesta el equivalente al sueldo
 mensual de un profesor de secundaria en Cuba ($12), pero eso no ha sido obstáculo
 para que panaderías como ésta, se hayan extendido a barrios no
 turísticos de la capital como una opción más de la creciente lista de
 negocios de alimentos y otras mercancías que se pagan en dólares.

 Pain de Paris es, sin embargo, el último y más inalcanzable de los
 peldaños de una empinada escalera alimentaria que la mayoría
 de los cubanos tiene que subir y bajar día y noche para no pasar hambre.

 Un día es arroz con la libreta, al otro huevos y leche en el mercado
 negro, al siguiente legumbres en la tarima agrícola o tomates en el
 agropónico de la esquina, y si por casualidad caen un par de
 dólares extras de Miami, hay que comprar aceite en la Tienda de
 Recuperación de Divisas (TRD).

 ``A la gente la está golpeando la inmediatez'', dijo el párroco de la iglesia
 del Carmen, Teodoro Becerril. ``Su vida se limita a resolver el problema
 de la supervivencia; después está Dios''.

 Mientras aparece la solución del día, el cubano distrae el estómago con
 churros callejeros preparados en máquinas oxidadas que evacuan con
 esfuerzo la masa amarilla en un aceite de un negro petróleo o sandwiches
 para esperar el camello (el autobús), pequeños pedazos de pizza al
 instante, helados caseros, guarapo y cucuruchos de maní.

 Paradójicamente, el único consuelo que se escucha es que, a diferencia
 de otros años, ahora hay lugares --como la cadena de panaderías
 francesas o las cafeterías del gobierno que desplazaron a los restaurantes
 caseros-- donde se venden alimentos y otras mercancías que antes no se
 encontraban a la vuelta de la esquina, aun teniendo dólares.

 ``La comida está ahí, lo que falta es el guaniquiqui'' (dinero), dijo un
 profesor de judo que llevaba esperando dos horas y media en la larga
 cola que se forma los domingos frente a la heladería Coppelia.

 Durante cinco días, El Nuevo Herald recorrió el penoso ciclo alimentario
 de los habitantes de Ciudad Habana, agudizado en los últimos meses por
 la escasez que produjo en las provincias orientales una de las más largas
 sequías de este siglo. Esto fue lo que encontró.

 Primera estación: la tarjeta de racionamiento

 Desde que el Papa Juan Pablo II salió de Cuba, las amas de casa
 cubanas no han vuelto a ver varios productos que abundaron en vísperas
 y durante la visita del pontífice como el pollo y el picadillo.

 ``Se fue el Papa y se acabó la papa'', dijo Edy, un chofer de bicitaxi, un
 triciclo cubierto de pedal, con el que una carrera de 30 cuadras no
 cuesta más de $2.

 En los expendios del gobierno se están repartiendo seis onzas de café
 mezclado dos veces al mes, seis libras de arroz por persona, seis de
 azúcar --tres cruda y tres refinada-- seis huevos cada 20 días y a veces
 media libra de galleta. Detergente no hay. Aceite se entrega sólo dos
 veces al año: una el 26 de Julio, día que se celebra el asalto al Cuartel
 Moncada y la otra en diciembre.

 Algunos ancianos y retirados, se quedan en este primer escalón. Sin
 ayuda de los familiares, muchos de estos viejos se dedican a pedir
 limosna en las calles o a comerse las sobras que dejan los turistas en las
 cafeterías al aire libre. Estos hombres y mujeres se encuentran entre el 17
 por ciento de la población, que según el propio gobierno cubano, está
 por debajo de lo niveles de subsistencia.

 Segunda estación: agromercados

 La viandas que no se ven en la libreta de racionamiento se pueden
 comprar en los mercados agrícolas, centros de abasto en los que los
 intermediarios de productores campesinos ponen en venta sus productos
 a precios moderados y en moneda nacional.

 En el mercado de Cuatro Caminos, en una populosa zona del centro de la
 capital, hay abundancia de frutas y legumbres que se pueden escoger a
 precios regateables con los compañeros verduleros. Durante una visita de El
 Nuevo Herald, algunos de los compradores se quejaron de los precios
 de ciertos productos y de la calidad de algunas frutas, al parecer como
 consecuencia de la sequía. En un pequeño mezanine del mercado, que es
 techado, funciona una casa de cambio en la que hacen cola los clientes con sus
 bolsas vacías de mercado para cambiar dólares por pesos cubanos.

 Aunque no es muy popular por sus precios, el ``área cárnica'' tiene un gran
 surtido de carne de cerdo y jamones.  Una libra de pierna cuesta 15 pesos
 cubanos (70 centavos de dólar), una de costilla 13 y de lomo 15. La carne
 de res está controlada por el gobierno y hay cubanos que pasan mucho
 tiempo sin probarla. Gallinas para comer y palomas para ritos de santería,
 se ofrecían en una de las áreas del mercado. (Mañana, El Nuevo Herald
 publicará un amplio reportaje sobre estos mercados)

 Tercera opción: agropónicos

 Algunas amas de casa entrevistadas dijeron que ciertas hortalizas son
 más baratas y frescas en los centros agropónicos, grandes huertas que el
 gobierno ha sembrado en los últimos cuatro años en medio de barrios
 residenciales, y que han pasado a hacer parte de la caminata alimentaria
 del cubano.

 Según explicó uno de los supervisores del agropónico del reparto Nuevo
 Vedado, cuyo aviso está adornado con el dibujo de un esbelta mulata
 haciendo mercado, la base de este tipo de cultivo es una tierra saturada
 de nutrientes que se riega constantemente.

 A la cabeza de esta producción en el país está, según el diario Granma, la
 provincia de Cienfuegos con 700,000 quintales de producción proyectada
 para este año. Un campesino que trabajaba removiendo la tierra de una
 de los canteros de la huerta, explicó que una parte del producto de la venta de
 las hortalizas es distribuido entre ellos.

 Cuarto paso: mercado negro y venta puerta a puerta

 Algunos alimentos como la leche, son muy difíciles de conseguir en Cuba. Los
 niños de hasta siete años reciben una ración diaria de leche, pero los adultos
 tienen que depender del aleatorio expendio del gobierno.

 No falta sin embargo un vecino que vende por debajo de la mesa.
 Funciona en forma rápida y segura, según constató El Nuevo Herald. Un
 cliente se acerca a la casa del vecino que casi siempre está afuera, saluda
 y pregunta si hay ``material''; el vecino responde que sí y el cliente le dice
 ``sepárame cuatro o cinco (litros), vuelvo más tarde''.

 Otra de las fuentes de suministros de alimentos son personas que salen
 en la madrugada desde las provincias vecinas de La Habana a vender
 quesos frescos y embutidos puerta a puerta en barrios de la capital.

 Quinto paso: tiendas de divisas y centros comerciales

 Ya no queda barrio de La Habana sin TRD, Tiendas de Recuperación
 de Divisas. Instaladas en el interior de contenedores a los cuales se le
 abre una de las paredes, las sofocantes TRD y otras de su especie están
 reviviendo la idea de la bodeguita del medio, pero en dólares. La gente
 no llega a hacer grandes compras a estos sitios.

 ``Es para comprar cositas'', dijo uno de los clientes. Entre las cositas:
 cerveza bien fría, galletas, shampoo, ron blanco en botella y en cartón,
 gaseosas y jugos nacionales o importados. Una lata de seis salchichas
 extranjeras cuesta $2.20.

 La máxima expresión de las tiendas de divisas son los centros
 comerciales operados por el gobierno. Tal vez el más popular es la Plaza
 de Carlos III, en el municipio Centro Habana, un edificio de cuatro pisos
 con 80 puntos de venta entre los cuales hay un restaurante chino, varias
 cafeterías, puestos de palomitas de maíz, almacenes de
 electrodomésticos en los que venden desde equipos de sonido hasta
 lavadoras, una joyería y una tienda en la que todo cuesta $1. Según un
 empleado, el centro vende unos $100,000 diarios, un cálculo muy
 generoso a juzgar por el movimiento del centro. La mayoría de los
 visitantes, en la mañana de un miércoles que El Nuevo Herald estuvo en
 el lugar, eran cubanos que estaban ``vitriniando''.

 O comprando pan.

 Para muchos cubanos un pan francés es un lujo, pero hay otros que
 parecen dispuestos a gastar de vez en cuando un par de dólares en cosas
 que hace mucho tiempo o nunca han saboreado.

 ``Yo sé que este dólar me rendiría más en un mercado agrícola'', dijo un
 empleado de la flota mercante de Cuba que salía de la panadería ``Pero
 pueden más mis antojos de probar las `señoritas'', unos bizcochos
 rellenos con natilla de vainilla o crema de chantilly.
 

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