El Nuevo Herald
31 de diciembre de 2001

El enigma de la Operación Cruz Roja

 WILFREDO CANCIO ISLA
 El Nuevo Herald

 El misterio se ha prolongado por 38 años, sin ningún indicio sobre la suerte que corrieron diez exiliados cubanos involucrados en una expedición secreta contra el
 régimen de Fidel Castro.

 Lo único que se sabe a ciencia cierta es que una de las personas clave en la llamada Operación Cruz Roja, un magnate norteamericano ex propietario de negocios en Cuba, con notable trayectoria diplomática y fuertes vínculos en la Agencia Central de Inteligencia (CIA), se suicidó en 1977, apenas un año después de que una revista hiciera públicos por primera vez los detalles de la fallida expedición.

 Y que transcurridos pocos meses de la enigmática misión, la viuda de uno de los desaparecidos empezó a recibir advertencias anónimas para acallar sus intentos de
 esclarecer el asunto.

 William D. Pawley, el magnate suicida, dijo entonces a Laudelina Socorro, la viuda víctima de amenazas anónimas, que la embarcación donde viajaban su esposo y los demás conspiradores había sido hundida ``por un error'' de las fuerzas estadounidenses, algo que nunca declaró públicamente.

 Socorro, de 75 años, estaba casada entonces con Eduardo Pérez González, conocido como Bayo, líder de la expedición y apasionado combatiente anticastrista.

 La historia de la Operación Cruz Roja se remonta a los primeros meses de 1963, cuando Bayo dijo haber recibido información confiable desde dentro de Cuba sobre dos supuestos oficiales soviéticos que habían desertado de la misión militar en la isla y se hallaban ocultos en la zona de Baracoa, en el extremo oriental del país.

 De acuerdo con una carta en posesión de Bayo, los desertores tenían pruebas de que aún permanecían cohetes nucleares en territorio cubano, burlando los acuerdos firmados entre Estados Unidos y la Unión Soviética para poner fin a la crisis de los misiles de 1962.

 La supuesta evidencia de los colaboradores militares soviéticos hubiera sido un golpe demoledor para la administración de John F. Kennedy, contra quien apostaban los exiliados cubanos tras el fracaso de Bahía de Cochinos y el polémico tratado con el líder soviético Nikita Krushev.

 Según las primeras revelaciones en torno a la operación, aparecidas en enero de 1976, el ciudadano norteamericano John Martino, con presuntos vínculos mafiosos y recién liberado entonces de las cárceles cubanas, sirvió de intermediario entre el grupo de Bayo y el magnate William D. Pawley, ex embajador en Brasil y Perú, y figura influyente en los sectores conservadores.

 Pawley, quien vivió y mantuvo numerosos negocios en Cuba hasta la llegada de Castro al poder, era un hombre con fuertes nexos dentro de la CIA. Fue él quien colaboró directamente con Allen Dulles, ex director de la Agencia, para reclutar activistas entre los inmigrantes cubanos que arribaban por esos años a Miami.

 Finalmente Pawley accedió a participar en la operación, facilitando su yate personal Flying Tiger II para trasladar a los expedicionarios hasta las proximidades de la
 costa oriental cubana.

 La expedición partió hacia las inmediaciones de la costa cubana en las primeras horas del 8 de junio de 1963.

 Socorro recuerda que la noche anterior, Bayo y los demás expedicionarios tuvieron una reunión en la residencia de Powley en Miami Beach. ``Al regresar me dijo que iba a realizar el trabajo porque era un hombre de palabra, pero que no iba contento porque estaba convencido de la participación de la CIA'', contó la viuda.

 Según su testimonio, ``Bayo no quería saber nada de la CIA luego del fiasco de Bahía de Cochinos''. Sin embargo, Pawley había estado en contacto con el General Pat Carter, director asistente de la CIA, quien había recomendado la asistencia de tres expertos para asesorar el operativo.

 Los tres expertos en armamento y navegación viajaron con Powley y los 10 expedicionarios hasta Gran Inagua, un islote donde la CIA tenía un campo de entrenamiento, al norte de Baracoa. Luego de ultimar preparativos, el yate aproximó al grupo de Bayo hasta unas 10 millas de la costa de Baracoa, hacia donde emprendieron viaje en una lancha inflable de desembarco.

 El Flying Tiger II regresó al islote para aguardar por el regreso de los expedicionarios, pero tras una espera de varios días e infructosos rastreo del área, Pawley regreso con su yate a Miami.

 Jamás se supo del paradero de los diez hombres. Cuba nunca informó de incidentes o penetraciones en esa fecha. También queda como un enigma la presunta
 deserción de militares soviéticos en la zona.
 (Continuará mañana)

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