Granma Semanal
26 de abril de 1987, p. 2

LA HISTORIA QUE NUNCA SE SUPO

Tomado de la Revista Moncada

El cabecilla contrarrevolucionario Eloy Gutiérrez Menoyo, parte del coro anticubano presentado por el gobierno de Ronald Reagan ante la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra, fue capturado luego de un desembarco armado en suelo cubano en las postrimerías de 1964. Uno de sus lugartenientes también capturados no era en realidad uno de sus lugartenientes, sino un agente de la Seguridad del Estado de Cuba. Preparándose para nuevas misiones, Enoel Salas cumplió 12 años de cárcel y mantuvo su falsa identidad de enemigo de la Revolución hasta que...

POR JUAN CARLOS FERNANDEZ / FOTO DE JORGE CERVANTES

CUANDO ESTE hombre envejezca podrá sentirse orgulloso: ha vivido, tiene de qué hablar. No sólo por haber cumplido una larga misión en las filas enemigas —primero en el exterior y después en la cárcel—, sino porque paralelamente con ello, protagonizó la más linda historia de amor que he conocido. Por eso este relato es tan conmovedor, Yo se lo voy a contar.

En 1960, Enoel Salas, primer teniente del Ejército Rebelde, fue destacado en la Base Aérea de San Julián, en el extremo occidental del país. Allí, previa anuencia de la Seguridad del Estado, se infiltró en un grupo de desafectos a la Revolución y logró desarticular una conspiración, por medio de la cual conoció a varios de los dirigentes contrarrevolucionarios que actuaban desde la ciudad de La Habana.
Meses después, en julio de 1962, la Seguridad comenzó a seleccionar hombres probados, capaces de vivir en territorio enemigo y de engañar a la CIA, para buscar información sobre los grupos terroristas que actuaban contra Cuba. Enoel, sin lugar a dudas, reunía esas condiciones.

Andar otros caminos

Campesino como sus hermanos y analfabeto en 1958, se alzó en el Escambray para incorporarse al Ejército Rebelde. Al llegar el Che con su columna invasora a esa región, le otorgó los grados de primer teniente y lo designó segundo de la tropa comandada por Olo Pantoja.

AI triunfar la Revolución alcanzó el cuarto grado de escolaridad, y descubrió que existia otro mundo, muy diferente del que había conocido allá en la finca de su padre, y se dispuso a andar por él.

La otra historia

Después de ser entrenado por la Seguridad, se asiló en la Embajada de Brasil y fue a parar a Rio de Janeiro, de donde partió hacia Miami, Estados Unidos.

—Allí, por medio de Nazario Sargent, hablé con el traidor Eloy Gutiérrez Menoyo, quien me explicó sus intenciones de crear un Ejército Secreto para implantar el terror en esa ciudad y exigir la colaboración de los cubanos.

"Me dejé convencer para participar en sus planes, que también comprendían organizar ataques piratas contra nuestro país. Para tal fin, uno de sus grupos comenzó a operar desde un cayo de las Bahamas, y en septiembre de 1962 ejecutó un ataque contra el buque de bandera inglesa New Lane, en aguas próximas a Cayo Francés, Caibarién, provincia de Villa Clara. Posteriormente, en diciembre de ese año, disparó contra el indefenso caserío de la playa Juan Francisco, también en Caibarién. Tres meses después, en marzo de 1963, cañoneó el barco Bakú, de nacionalidad dad soviética, anclado en el puerto de Cienfuegos.

"Por último partí con él hacia Santo Domingo a mediados de 1964, donde nos entrenamos y desde donde informé a la Seguridad lo que se tramaba. El 28 de diciembre de ese año nos infiltramos en Cuba por un lugar cercano a Punta Caleta, el extremo más oriental de la Isla."

Horas después, la jefatura del Ejército Oriental y la Seguridad del Estado comprobaban que, tal como esperaban, Menoyo había desembarcado por ese lugar: habían ocupado una mochila abandonada que contenía el carné de identificación de uno de los infiltrados: Enoel Salas Santos, Con esos datos, el Ejército Oriental y el Ministerio del Interior iniciaron la operación Jauco.

Esa zona era la más despoblada de Cuba: sus habitantes no llegaban a 2 000, distribuidos en dos centenares de núcleos familiares. Fueron ellos quienes anunciaron el desembarco y persiguieron a los mercenarios.

Los campesinos, como reconoció Menoyo en su comparecencia pública, "nos atendían, nos daban agua y comida, pero, tan pronto nos retirábamos del lugar, salían corriendo a buscar a las milicias para echárnoslas arriba".

Los hechos

No fue difícil seguirles el rastro después de desembarcar: Enoel iba dejando las pistas. Si no era un pañuelo, era un cargador de fusil, o cualquier cosa que pudiera orientar a las fuerzas revolucionarias.
AI segundo día, Menoyo había decidido caminar por la costa para tratar de llegar a la base naval de Guantánamo, territorio ocupado por los norteamericanos, y regresar a Estados Unidos.

Esa noche irrumpieron en un bohío en el que el cabeza de familia, según los apuntes de Menoyo, "parece estar a nuestro favor, pues nos dice dónde están emboscados los milicianos". El jefe contrarrevolucionario le creyó y cayó en la trampa: por donde le dijo que estaba limpio había apostada gran cantidad de milicianos.

Una noche pernoctaron en la casa de otro campesino que dijo llamarse Evaristo. El grupo le vio mucha disposición de cooperar. Horas después de abandonar el lugar, oyeron voces: era la Milicia, y Evaristo venía al frente de la tropa.

Durante la persecución, los combatientes del Ejército y de la Milicia comentaban lo tontos que eran estos infiltrados, pues siempre olvidaban algo y dejaban un rastro que posibilitaba seguirles la pista.
Los jefes del Ejército y los oficiales de contrainteligencia, al oír los comentarios, intercambiaban cómplices miradas, compartiendo el secreto.

La captura ocurrió a los pocos días. Los infiltrados decidieron llegar a La Aguada, comer, y por la noche cruzar el camino, con la intención de hacerles creer a los milicianos que habían torcido el rumbo. Estos lo presintieron y cargaron contra La Aguada, con órdenes estrictas de revolver bien todo aquello.

AI verlos aparecer, se hundieron ere la hierba. Enoel se acercó a Menoyo y le dijo que eran como 500 milicianos, que se rindiera. Menoyo titubeó.

— ¿Tú crees...?

— ¡Entrégate!

Pero antes que lo decidiera, Enoel estiró las piernas y las situó en el camino, para que los pocos milicianos que peinaban el lugar las vieran bien. Hacia allí se movilizaron todos y escenificaron un combate a puñetazos.

La hora de la verdad

No resultó fácil tomar la decisión —que todos catalogaron de muy profesional y audaz—de incluir en la causa a Enoel Salas, agente de la Seguridad, pare que fuera condenado comedian mercenario más del grupo.

El objetiva era claro: reforzar su fachada para devolverlo a la contrarrevolución y la CIA en el exterior como un hombre probado y de excepcional confianza.

Un error, por simple que fuera, podia costarle la vida. Sin embargo, ninguno de sus compinches en la aventure de la infiltración, ni ningún otro recluso, sospechó jamás de él. Eso le permitió conocer todos los planes de Menoyo y su grupo, así como muchos otros que fraguaron en la cárcel.

—La prisión fue dura —confiesa—. En primer lugar, tenia que darme a respetar en situaciones muy embarazosas. Una de ellas se suscitó al llamarle la atención a un recluso que cumplía una larga condena por asesinato. El se quedó picado, molesto, y ppara vengar el incidente, que consideró una ofensa, me atacó a traición y armado de una cabilla. Por suerte, vi su sombra proyectarse hacia mí y pude esquivar el golpe, Pero otros dos que lo acompañaban me propinaron una pateadura como para que escarmentara.

¿Qué otros problemas enfrentó en la prisión?

"'La soledad, que llega a convertirse no en un momento, sino en muchos 'momentos,- angustiosa. El único antídoto para sobrellevarla es no pensar. Quien piensa se entristece y se echa todas las penas del presidio a cuestas.

Me reconforta haber conocido en ese me dio adverso a la Revolución a muchos hombres que valían la pena. Pape Rodríguez, de flacotas, es uno de ellos. Tuvo el coraje de reconocer en presencia de varios reos contrarrevolucionarios, que su mayor error era haber conspirado contra la Revolución. Fue acusado de agente del G-2 y de no sé cuántas cosas más, pero soportó con firmeza las injurias que le proferían. Que conste, le podían haber costado muy caras aquellas opiniones.

"Una de sus discusiones no se me olvidará jamás, porque fue el día en que conoci a Inocencia, mi actual esposa. Me fijé en ella por la forma en que me miraron sus ojos grandes y picarescos. Hacía seis años que una mujer no me miraba de esa manera. El pecho se me hinchó y me creí el hombre más importante del mundo."

A la siguiente visita se las ingenió para compartir su presencia como parte del grupo. En la próxima ocasión, Inocencia le dedica casi todo el tiempo, y en la otra, todo, para que él le leyera sus poemas, guardados con tanto celo para ella.

En las largas conversaciones hicieron varios planes, pero también surgió un serio obstáculo: ella pensaba abandonar el país con su hermano tan pronto éste quedara en libertad. De haber pensado que esto podría contrariar a Enoel, no lo habría dicho. Cómo iba siquiera a imaginarlo, si él también pensaba marcharse del país, según lo había manifestado. La diferencia estaba en que él lo haría como parte de un plan de la Seguridad, del que ella estaba totalmente ajena.

Inocencia, según conoció Enoel después, comenzó a marginarse del proceso revolucionario a partir del momento en que su hermano fue detenido por conspirar contra la Revolución. Pero su actitud obedecía a una posición solidaria con aquél. Ni sus expresiones. ni sus pensamientos coincidían con los de aquellas personas señaladas como desafectas.

Por lo tanto, no había por qué cortar esas relaciones. "Al contrario —le dijo su oficial—, ella te servirá de cobertura cuando regreses a Miami y reactives tus contactos con la CIA y los terroristas cubanos."

Pero las cosas de la vida son caprichosas: ambos se enamoraron. Inocencia no era un pasatiempo para Enoel, y ella había visto en él al hombre con el que siempre soñó. Su anterior matrimonio había adolecido de una increíble falta de cariño, y Enoel, en poco tiempo, le había brindado más del que había recibido en diez años de unión.

—Como disfrutaba de pases, al igual que otras reclusos, aproveché uno de ellos para casarme. Necesitaba sentirme entre los brazos de Inocencia y entregarme a ella.

¿Hay paz en la gloria?

En 1976 se habló con Enoel para otorgarle la libertad, pero la rechazó para poder concluir un importante caso que llevaba. Meses después se hizo efectiva: continuaría su trabajo en la calle y prepararía las condiciones a fin de abandonar et país acompañado de Inocencia, su esposa.

En Placetas, donde residió, hizo contacto con los elementos desalentados y derrotados que vivían en ese territorio, lo que le permrtió conocer a todos aquellos —pocos por cierto— que habían vuelto a vincularse a cualquier tipo de actividad antisocial o enemiga.

—Una mañana recibí la sorpresiva visita de mi hermana menor: no la veía desde el triunfo revolucionario. Me quedé paralizado y un nudo me atenazó la garganta. Ella me abrazó con todas sus fuerzas y una lágrima gorda así me corrió por la mejilla cuando, con mucha ternura, me preguntó:

"—¿Te vas del país?

—Si.

"Entonces me volvió a mirar, me secó la lágrima y, sin decir palabra alguna; dio media vuelta y sin despedirse de mí ni de Inocencia, que contemplaba inmóvil la escena, abandonó mi casa. Mi esposa, para sacarme de aquel trance, dejó escapar un: «Es bonita...», para que yo supiera que se había dado cuenta de que era mi hermana. Pero yo no le contesté. No tenía ganas, ni fuerza para hacerlo."

El correo llegó tres veces

Había concluido el entrenamiento para realizar su tarea en el exterior hacía tres años, pero no había podido marcharse del país, debido a las trabas que imponen las autoridades norteamericanas a los reclusos para demorarles la salida.

En 1985, nueve años después de estar en libertad, la Seguridad determinó que no había por qué continuar esperando esa visa. Había llegado el momento de explicarles la verdad a sus familiares, a su pueblo y a los contra-rrevolucionarios.

Dos de los mensajes y diversas orientaciones que la CIA envió a Cuba se tramitaron or medio de Enoel Salas, lo que permitió a las autoridades revolucionarias poseer un absoluto control de la situación. Trajo el tercer mensaje una emisaria que viajó como miembro de la comunidad cubana que visitó el país y que nunca más va a tener ganas de servir de mensajera.

—Me cité con ella en un lugar al que acudí con un oficial del Ministerio del Interior muy conocido en Placetas, el cual vestía ese día de civil. Cuando llegamos, su acompañante, que conocía al compañero, se quedó blanco como un papel. Le gesticulé con las manos para que se calmara e impedir que la correo se percatara de lo que ocurría. Tras saludarme, me expuso el mensaje enviado por el enemigo.
"Con toda mi calma —como se había planeado— le presenté al compañero. La mujer abrió los ojos, tragó en seco y se hundió en la butaca. Se había quedado sin aliento v le temblaba todo el cuerpo.
—No se preocupe. No se le hará ningún daño. Usted reembarca de inmediato; le solicito que traslade a «nuestros amigos» que siempre he sido revolucionario y no lo que ellos creen.

'"Y abandonamos la casa."

La vida es eso: lucha

El oficial del caso, capitán Peña, de la Seguridad del Estado en Placetas, un querido combatiente de la lucha contra bandidos y muy conocido en ese pueblo, acompañó a Enoel a La Habana para participar en la reunión que éste sostuvo con la dirección del Ministerio del Interior donde se le felicitó por su abnegada, heroica y anónima labor desde las filas enemigas por espacio de veinticinco años.

En aquella reunión se acordó reivindicar públicamente a Enoel Salas y explicar a las autoridades de Placetas y a sus hermanos que era un combatiente de toda la confianza de le Revolución.

A ella asistieron los dirigentes del Partido, de las organizaciones de masas de esa ciudad y sus siete hermanos, todos revolucionarios, y que no lo trataban.

La noche anterior a su reivindicación pública, Enoel llegó a Placetas para resolver un asunto muy importante: explicarle todo esto a Inocencia y aclararle que él no se iba del país y que ella estaba en libertad de decidir su destino, para lo cual tendría todo el apoyo que necesitaba del Ministerio del Interior y de la Revolución.

No sabía por dónde empezar, porque temia perderla. Pero en la cárcel había aprendido a no dilatar los problemas y a enfrentarlos. Se lo contó todo de un tirón, sin pausas, pero con mucha claridad para que lo entendiera.

Ella bajó la cabeza y dejó escapar un sollozo largo, que le brotó de las entrañas. Luego lo miró para preguntarle:

—¿Qué van a pensar tus compañeros de mí?

—Nada, ellos te conocen bien.