El Nuevo Herald
5 de diciembre de 2001

Castaño reabre el debate sobre los nexos entre militares y paramilitares

 GONZALO GUILLEN
 BOGOTA / El Nuevo Herald

 Carlos Castaño, jefe político de las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), confesó intempestivamente su culpabilidad en el asesinato de Manuel
 Cepeda, senador y líder de un partido político de izquierda exterminado por sicarios, con lo cual se reabre un debate sobre supuestos nexos criminales de su
 organización con las fuerzas armadas.

 Castaño asegura que dirigió personalmente el asesinato de Cepeda ``como respuesta'' a que las rebeldes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) habían matado ``al general del Ejército Carlos Julio Gil Colorado. Su muerte me afectó y mi reacción fue ejecutar a Cepeda''.

 Por el crimen del senador, el 16 de diciembre de 1999 fueron condenados a 43 años de prisión dos oficiales de inteligencia militar en un juicio en el que Castaño resultó absuelto. La jueza de la causa rechazó las pruebas y los testimonios presentados en su contra. Ese fallo posteriormente fue ratificado por un tribunal superior. ``¡Qué ironía y qué deplorable justicia!'', se burla Castaño. ``La Sala Penal del Tribunal Superior de Bogotá me absolvió de toda responsabilidad sin asignar yo un abogado en mi defensa''.

 Empero, la confesión de Castaño podría convertirse en una pieza fundamental para reabrir el proceso y esclarecer la supuesta alianza entre militares y paramilitares que impulsó una campaña de exterminio de la Unión Patriótica (UP), partido fundado durante el go-bierno de Belisario Betancur (1982-1986) en un esfuerzo que había comenzado a conseguir que las FARC se incorporaran a la vida civil y gozaran de lo que entonces se llamó un ``espacio político''.

 La confesión de Castaño está consignada en un libro que fue narrado por él al periodista Mauricio Aranguren, y tiene la impronta de ser una ``biografía autorizada'' del líder paramilitar, de acuerdo con el editor, José Vicente Kataraín.

 Titulado Mi confesión, el libro de Castaño será una de las novedades bibliográficas de fin de año en Colombia. Su contenido es el producto de 36 días de grabaciones del jefe paramilitar, que no sólo confiesa el crimen de Cepeda sino muchos otros ya reconocidos por él, entre ellos el de Carlos Pizarro, líder del movimiento guerrillero M-19 que encabezó un proceso de paz que culminó con la entrega de armas y la amnistía judicial a todos sus combatientes.

 El libro está prologado por la periodista española Salud Hernández, corresponsal del diario de Madrid El Mundo. Hace la salvedad de que el relato no fue confrontado con otras fuentes. ``Es tan solo, no lo olvidemos, su verdad y, por si fuera poco, parcial. Por tanto, todo el contenido habría que ponerlo en cuarentena y contrastarlo con otros testigos, algo que, sabemos, no será fácil''.

 Sin embargo, Hernández defiende la publicación de la autobiografía de quien hoy tiene en su contra 35 juicios pendientes por múltiples homicidios y 27 órdenes de
 captura. ``Si las personas que apoyan moralmente a Carlos Castaño y a su grupo armado dejasen de hacerlo después de leer este libro, ya habría merecido la pena su publicación'', sentencia la prologuista.

 El Nuevo Herald obtuvo copia de la sentencia judicial por el asesinato del senador Cepeda, y en ella la jueza Tercera Penal del Circuito Especializado de Bogotá, María Claudia Merchán, determinó que ``en ningún momento aparece en el escenario de los hechos que exista una relación directa de mando y de ejecución entre Carlos Castaño Gil y los militares aquí procesados''.

 En su decisión, en cambio, la jueza condenó a los militares Hernando Medina Camacho y Justo Gil Zúñiga Labrador.

 El Nuevo Herald buscó a uno de los investigadores que bajo la denominación especial y protectora de ``fiscal sin rostro'' acusó a Castaño por el homicidio de Cepeda. Este sostuvo que la confesión del jefe paramilitar confirma los cargos que le fueron hechos documentadamente y de los cuales fue absuelto.

 También reveló que en desarrollo de la investigación que se llevó a cabo, con la ayuda de un delator que posteriormente fue asesinado, hombres armados de la fiscalía estuvieron a punto de arrestar a Castaño en la casa de un narcotraficante de Medellín donde se alojaba.

 La edificación fue dinamitada y los agentes judiciales combatieron contra los hombres de Castaño, que consiguió, semidesnudo y disparando un arma de fuego en cada mano, saltar sobre una tapia y desaparecer en la noche a lo largo de un riachuelo pedregoso.

 La operación debió ejecutarse sin que la Policía y los militares de la ciudad tuvieran noticia, ante el temor de que alertaran a Castaño. Aún así, cuando la operación
 sorpresiva para capturarlo ya estaba en curso, grupos de ambas fuerzas oficiales corrieron al lugar, en lo que el investigador interpreta como un intento por tratar de
 escudar la casa.

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