La política de reconcentración de Weyler

Por Miguel Leal Cruz

La prensa de Canarias editada recientemente (Julio 2002), en especial la que se publica en Santa Cruz de Tenerife, se ha hecho eco del último libro que saca a la luz la Editorial Benchomo: Valeriano Weyler, Marqués de Tenerife y Reconcentración en Sancti Spíritus (1896-1897), en la que su autor, el historiador cubano Domingo Corvea Álvarez, analiza la presencia de este general español en la isla caribeña y su polémica actuación. Intenta ofrecer el retrato menos conocido de Valeriano Weyler, durante este funesto mandato de su última presencia en La Gran Antillana. También se recoge en este estudio la política de reconcentración de la población cubana llevada a cabo por este capitán general y, más concretamente, en la localidad de Sancti Espíritus, ciudad donde precisamente Fray Bartolomé de las Casas pronunció el célebre sermón donde criticaba el abuso y exterminio de que eran objeto los aborígenes antillanos por parte de los conquistadores españoles. El autor, jefe del Departamento de Investigaciones del Museo provincial de Sancti Spíritus, incluye además los listados de militares canarios enterrados en cementerios de esta ciudad de la zona central de Cuba en la que fue frecuente la presencia de inmigrantes de estas Islas Canarias conocidos como Isleños. Es de significar que quien esto escribe presentó una ponencia en la III Conferencia Internacional de Historia patrocinada por la Universidad de la Habana, bajo el título "Weyler en Cuba, política de Reconcentración", que fué expuesta, por imposibilidad de presencia física del autor, por el licenciado cubano Alfredo Martín Fadragás, y también publicada por el servicio de archivos del Cabildo de la Isla canaria de Fuerteventura (Tebeto), en la que analizamos esta problemática. Puesto que, en efecto, las órdenes dictadas al Ejército español en Cuba por su jefe máximo el recién nombrado general Valeriano Weyler, nominado Marqués de Tenerife tras su actuación en la Capitanía General de Canarias, encaminadas a poner en práctica la polémica "reconcentración", no fueron aplicadas contundentemente hasta octubre del mismo año, 1896, de su toma de posesión, si bien tenía previsto llevarlas a cabo inmediatamente y como tal acordadas desde su partida de España por acuerdo con el presidente del Gobierno español Antonio Cánovas del Castillo. Fueron las circunstancias de la propia guerra y la colaboración cada vez más intensa entre yanquis, rebeldes y población civil cubana, lo que motivó la aplicación efectiva de tales medidas unos meses después.

Cambios tras el nombramiento de Weyler:
El general, prioritariamente, organizó el ejército, diviendiéndolo en cuerpos, divisiones, brigadas y medias brigadas, suprimiendo muchos destacamentos inútiles formados por indisciplinados "voluntarios" y engrosando con ellos a los batallones bajo mandos profesionales. Organizó fuerzas irregulares, táctica e información, una nueva división territorial militar así como el refuerzo de la trocha creada desde Morón y la creación de otra nueva con todos los adelantos militares, Mariel-Majana, entre las provincias de La Habana y Pinar del Rio, donde operaba el ejército mambí a las órdenes del líder negro Maceo Grajal. Ordenó la acordada reconcentración al comprobar in situ, que el éxito de movimientos en el campo rebelde dependía del apoyo que estaban recibiendo de los colaboracionistas que habitaban en pueblos próximos a sus posiciones, a lo que había que sumar la ayuda de "filibusteros" americanos que desembarcaban armas y pertrechos por la costa norte de la isla. Siguiendo al curioso investigador norteamericano sobre Cuba, Philips Foner, en uno de sus libros, cuando nos dice:

"... del millón seicientos mil habitantes que aproximadamente había en Cuba cuando empezó esta guerra, unos doscientas mil eran españoles, quinientos mil negros o mulatos, unos ochocientos mil blancos cubanos o criollos y un número no determinado de chinos, jamaicanos, haitianos y otros. Los españoles, con alguna notable excepción en especial dentro del clero, se mantenían fieles a España y en contra de la revolución de los cubanos. Los negros, salvo conductas puntuales, estaban entusiásticamente unidos para apoyar a los rebeldes bajo promesa de abolición de la exclavitud, y por que intuían que al final triunfaría la rebelión contra España...Esperaban que bajo el nuevo régimen tendrían condiciones muy similares a las de la vecina república de Haití... soñaban con una Cuba libre".

En cuanto a los cubanos considerados blancos se hallaban divididos, pero la mayoría apoyaba la revolución junto con los negros. Sin embargo los que tenían propiedades, posición y riqueza de algún tipo, se opusieron más claramente a la revolución. Temían por el futuro de Cuba y de su "status", considerando que sólo estarían a salvo bajo el dominio español, a pesar de controversias y entibiamientos producto de la discriminación llevada a cabo por la administración colonial a lo largo de los últimos años. Todo este cúmulo de circunstancias motivan para tomar la medida reconcentradora de población civil del campo en los poblados, sin la cual era imposible su control, organizando zonas de cultivo en todas las zonas con destacamentos destinados a dar alimentación a los concentrados. Evidentemente su aplicación exhaustiva suscitó la crítica desde el mismo campo rebelde y sobre todo de la prensa norteamericana, sesgada, parcial e interesada en el asunto. Estas crueles órdenes, a decir del propio nieto del general, Weyler y Puga, obtenidos de documentación inédita, fueron necesario poner en práctica debido a "las bondades" de los insurrectos, que arrasaban los campos y sus cultivos sin importarles la subsistencia de la población civil con mayoría de ancianos, mujeres y niños, ya inmersos en la miseria de la guerra. Esta medida despertó contra Weyler odio y sobre todo "intranquilidad" para los insurrectos, que tenían más dificultades para recibir informes, abastecimiento y ayuda del interior y también del exterior, toda vez que los buques contrabandistas no tenían los puntos de apoyo a que estaban acostumbrados. Weyler fue achacado de cruel y despiadado, pero esta táctica surtió efecto en el curso de la guerra a pesar de la injusticia que representaba. El mismo general, en sus desplazamientos, conocía "in situ" el inevitable mal causado ..., dice su nieto ..."tenía ocasión de ver a los viejos, mujeres y niños desolados ... se le encogía el alma, pero sabía que sus disposiciones eran necesarias para acortar la guerra y sus inherentes miserias...( Cuántas veces, entristecido, se le oía musitar entre dientes, es lamentable, es terrible, pero es necesario). La críticas interesadas, sobre todo yanquis, tenían fundamentos de tipo bélico, no humanitario, a favor de los insurrectos. Se esparcieron noticias totalmente falsas como que "había miles de norteaméricanos reconcentrados que necesitaban socorro, resultando una treta para intentos de invasión, toda vez que los residentes en Cuba ya se habían sumado a los rebeldes desde el principio. Si bien es cierto que Weyler tomó la medida, lógica desde toda perspectiva militar, por la que obligó a los ciudadanos americanos a inscribirse en un registro especial, conforme establece la propia ley cubana y de esta forma evitar que aquellos que resultaban prisioneros por acciones de guerra, no alegaran la condición de norteaméricano sin haber salido nunca de Cuba, evitando así que operaran bajo esta protección aparentemente legal.

 La concentración de población civil en zonas determinadas previamente establecidas, no fue algo ideado o exclusivo de Weyler. El mando anterior responsable a su llegada, los capitanes generales Emilio Callejas, Arsenio Martínez Campos y Sabas Martín, ya había puesto las bases, si bien habían permitido a la gran mayoría de cubanos del campo permanecer en sus lugares habituales de residencia. Martínez Campos ya había apuntado en correspondencia con el presidente Cánovas del Castillo, la necesidad imperante de esta medida reconcentradora para la población rural cubana, que habría de poner en práctica con premura su sucesor. La importante decisión surtió efecto inmediatos y de esta manera obtendría varios factores militares favorables a su política como eran: privar a los mambises de sus medios de subsistencia, privarles de la información precisa para sus movimientos y encuentros con las tropas españolas, impedir la propaganda revolucionaria, evitar nuevas captaciones de adeptos en la masa rural y sobre todo desmoralizar a los soldados rebeldes, ya que muchos de ellos tenían familiares en los campos de concentración. Con estos objetivos, claramente militares, y muy utilizados en posteriores acontecimientos bélicos hasta nuestros dias, Weyler controlaba a cientos de miles de hombres, mujeres y niños, bajo dominio, aunque la medida fuera inhumana desde otro punto de vista. La proclama, integramente, decía:
 

Todos los habitantes de las zonas rurales o de las áreas exteriores a la línea de ciudades fortificadas, serán concentrados dentro de las ciudades ocupadas por las tropas en el plazo de ocho días. Todo aquel que desobedezca esta órden o que sea encontrado fuera de las zonas prescritas, será considerado rebelde y juzgado como tal.
Queda absolutamente prohibido, sin permido de la autoridad militar del punto de partida, sacar productos alimenticios de las ciudades y trasladarlos a otras, por mar o por tierra. Los violadores de estas normas serán juzgados y condenados en calidad de colaboradores de los rebeldes.
Se ordena a los propietarios de cabezas de ganado que las conduzcan a las ciudades o sus alrededores, donde pueden recibir la protección adecuada".
Al principio las zonas de confinamiento guardaban un eficaz funcionamiento en base a la sanidad, vivienda, agua y otros requerimientos necesarios, siempre que las condiciones lo permitieran. Había parcelas de terreno próximas a las áreas protegidas con el fin de que fueran cultivadas por los concentrados para su propia subsistencia. Más tarde, aparte de que Weyler puso poco interés en que sus órdenes se cumplieran, según apunta Foner, no había suficientes facilidades para los pobres campesinos y sus familias que eran, en cada vez mayor número, conducidos a las superpobladas ciudades. Desde sus inicios esta medida tenía por sí que ocasionar problemas y así leemos en el artículo de El País, periódico de Sancti Spíritus, 5 de abril de 1896, cuando comenzaba a ponerse en práctica, que ..."en los últimos pocos días se han sucedido a intervalos de segundos cuadros de desesperación presentados por las gentes que entra en las ciudades...La situación de esta gente va a ser siempre difícil desde todos los puntos de vista y más en este distrito militar a causa de una medida que obedece a una órden superior, que prohíbe plantar maíz y plantaína y que tambien atañerá al azucar de caña que tiene una doble utilidad, las hojas como pienso para el ganado y el tronco para fabricar azúcar... limitación que si se tiene en cuenta que el más alejado fuerte está justo a las afueras de la ciudad y que el número de gente de campo confinada en ella es grande". Incluso la propia prensa cubana y pro-española avisaban que estas disposiciones eran demasiado imprecisas y difíciles de llevar a cabo con cierto órden, y que la tragedia de los campesinos se veía venir. Pero este aviso fue ignorado tanto por los funcionarios españoles como por las autoridades de las ciudades donde habrían de reconcentrarse estas masas. El resultado pronto se hizo evidente, por la falta de subsistencias, muy precaria desde antes de la llegada de estos contingentes humanos. Los más pudientes, llenos de humanidad unos, se dispusieron a auxiliar a los concentrados, pero hubo otros que los culpaban y por tanto eran merecederos de su propia suerte, ya que con la ayuda a los rebeldes habían prolongado el conflicto armado. La situación se complicaba a medida que avanzaba la guerra. Los sufrimientos y calamidades aumentaban en su irregular forma de vida en barracones, almacenes o refugios abandonados, durmiendo a veces en patios o resquicios de puertas y accesos, sin la más ligera protección contra los elementos, especialmente grave para ancianos, mujeres y niños, que morían continuamente. Observadores contemporáneos describen los terribles sufrimientos de estas gentes. En La Habana, en un punto de concentración "... consistente en una vieja nave de almacen abandonada que descansaba sobre pilotes medio derrumbados sobre un gran charco de agua maloliente en la zona de los muelles. El suelo era inseguro y estaba lleno de agujeros. No había separaciones entre hombres y mujeres, ni existían lavabos, ni camas... Las enfermedades aumentaban cada día entre esas familias. Las tropas españolas ocupaban tantos edificios que no queda hospedaje decente para el excedente de la población. Los lugares donde viven los reconcentrados son poco más que cochiqueras y la gente ha dejado de respirar el límpio aire al que estaba acostumbrado. Esto, junto con la escasez de alimentos está resultando en cientos de muertes", según escribe el corresponsal norteamericano Lee a Day, 18 enero 1898, Departamento de Estado, La Habana. National Archives...Evidentemente son fuentes interesadas. Entre mayo y junio de 1897, momento en que teóricamente el curso de la guerra en lo militar lo controlaba Weyler, Willian J. Calhoun, efectuó un estudio de campo en varias ciudades de la zona central de Cuba. El dia 22 de junio escribió, refiriéndose a las concentraciones en las afueras de Matanzas:

"...entré en las chozas, hablé con las gentes y ví pruebas de privaciones y sufrimientos quer hicieron sangrar mi corazón por las pobres criaturas...Ví niños con miembros hinchados y aspecto hidrópico que se debía al hambre... Es poco práctico detenerse ante el triste cuadro. En mi opinión si la actual política continúa dará por resultado la extinción gradual, pero cierta, de estas gentes. He hablado con muchos desinteresados y sin prejuicios de diferentes partes de la isla y todos han contado la misma historia de sufrimiento y muerte por parte de los desvalidos reconcentrados..."

El ocho de noviembre de 1897, ya cesado Weyler, tras los acontecimientos de carácter político que siguen al asesinato de Cánovas del Castillo un mes antes, el director de la John F. Craig & Cía de Filadelfia, con intereses en Cuba, escribía al secretario de Estad John Sherman, en base a noticias recibidas desde la isla que

"... continúan las privaciones y sufrimientos de los campesinos conducidos a las grandes ciudades bajo los decretos gubernamentales...para los que se solicita socorros y alivio...Hombres, mujeres y niños hacinados por miles en corrales sin tejados y sin alimento suficiente, ropas o medicinas y en lamentables condiciones sanitarias, están muriendo en gran número diariamente..."

 Reiteramos que la prensa y opinión norteamericanos eran parte interesada en estas acontecimientos, y cuyos resultados fueron la destitución de Weyler, la concesión de una autonomía, que no sirvió de nada, y por último la declaración de guerra y ocupación efectiva de la isla por fuerzas de ese país. En el estado de guerra que se mantenía en Cuba, es obvio reconocer que las condiciones de los concentrados eran pésimas y su supervivencia dependía principalmente de ellos mismos. Poco podían esperar del gobierno o mandos españoles. La comida se suministraba irregularmente y consistía en los sobrantes de las guarniciones militares o lo que los mismos reconcentrados pudieran recopilar. Miles de personas extenuadas, enfermas y muriendo, se movían como fantasmas por las calles de las ciudades y pueblos donde se hallaban, por cumplimiento de las medidas, a la búsqueda de limosnas y recogiendo migajas de españoles y extranjeros muriendo con frecuencia en las aceras. Según apunta Foner, las chicas jóvenes se vendían a los soldados españoles y a los civiles por un trozo de pan, alguna medicina o ropa, por otra parte común a cualquier guerra o catástrofe. Es de suponer que los concentrados conseguirían salvoconductos que les permitieran legalmente desplazarse por las zonas agrícolas a la búsqueda de comida, organizados en brigadas, y sorteando los lugares más conflicitivos de la guerra. El soborno jugaba un importante papel en el tratamiento de aquellos que dispusieran de algún "bien" considerado de utilidad, y los funcionarios españoles, oficiales de baja graduación y comerciantes del mercado negro, harían negocios abasteciendo a los reconcentrados con más solvencia, a cambio de los objetos de valor u otros servicios.

Cifras de agrupados y muertos:
Es difícil determinar con certeza la cantidad de personas reagrupadas como consecuencia de las órdenes dictadas por Weyler. Stephen Bonsal, agudo observador norteaméricano al que también alude el historiador cubano José Manuel Cabrera, nos aporta datos difícilmente cuantificables, por carecerse de fuentes fidedignas. Estimaba para diciembre de 1896 unos cuatrocientos mil cubanos no combatientes que catalogaba como reconcentrados en lugares escogidos o no con ese objetivo, pero en todo caso considerados como destino para "servir a una política de exterminio". Otras fuentes yanquis sitúan el número de concentrados entre 500 mil y 600 mil cubanos. Igualmente son diversas las estimaciones sobre el número de fallecidos en estas concentraciones, difícil de catalogar toda vez que no se llevaban registros de los muertos y sus causas. Carlos M. Trelles y Govín, historiador cubano, afirma que por estas causas murieron "no menos de 300.000", incluyendo al parecer los residentes habitules de las ciudades, antes de la medida, y que no fueron reconcentrados como tales, y los que murieron " por incumplir la órden ". La mayor parte de las fuentes de la época están de acuerdo en la cifra de 50.000 desaparecidos sólo para la provincia de La Habana. El político y abogado español Alvaro de Figueroa, conde de Romanones, habla de 300 mil reconcentrados agonizantes y famélicos muriendo de hambre y de miseria alrededor de las poblaciones en las que fueron reagrupados. Y el célebre político e intelectual de ideas progresistas en la contienda por el poder en España, a principios del pasado siglo, José Canalejas, afirmó

"que aún antes de terminada la guerra cubana, entre los muertos caídos en el campo de batalla, por las enfermedades y la reconcentración decretada por Weyler, ascendían aproximadamente a la tercera parte de la población rural de Cuba".

A este respecto otro historiador cubano, José Cantón Navarro, nos apunta que la monstruosa medida, no dio los resultados que España esperaba. Si bien es cierto que aniquiló gran parte de la población civil y causó estragos entre las filas insurrectas, también obligó a miles de hombres, cubanos o vinculados a Cuba, a tomar las armas contra la metrópoli, provocando a su vez una ola de indignación contra España en muchos países del mundo. No obstante, afirma, el curso de la guerra siguió favoreciendo a las armas cubanas, cesando la reconcentración hacia marzo de 1898, en pro de la nueva política pacifista propiciada por el general Blanco e impuesta por las circunstancias. Sin embargo, pese a las pésimas condiciones de vida en los campos de concentración, los campesinos cubanos la consideraban menos peligrosa que permanecer en los campos. Foner indica que el simple hecho de ser sorprendido algún evadido en la casa o bajo la protección de cubanos, significaba la muerte segura para todos los implicados. Los campesinos, emulando otras épocas, buscaban las partes más inaccesibles de las montañas, bosques, pantanos, la "la manigua" en suma, donde no corrían serio peligro. Las patrullas españolas tomaron siempre especial interés en buscar evadidos, sobre todo los incursos en hechos de sangre o considerados peligrosos o perjudiciales para el transcurso de la guerra. A su paso destruían cultivos y animales con objeto de impedir su utilización por los rebeldes mambises que aún se movían en la ilegalidad. Un jefe de una unidad rebelde de caballería relataba, según recoge Foner:

"...en los campos no hay nada sino ruinas y cenizas. En muchos lugares los campos sembrados han sido desenraizados completamente. El poco ganado que quedaba ha sido muerto por los fusiles españoles por que no querían que fuese útil a la revolución cubana del momento. Es una gran pena ver familias que han escapado de las zonas de reconcentración buscando comida para sus hijos desesperadamente".

En un informe de William J. Calhoun, funcionario civil del Gobierno norteaméricano en Cuba, decía:

"He viajado en ferrocarril desde la Habana hasta Matanzas. El campo más allá de los puestos militares está prácticamente despoblado. Cada casa ha sido quemada, los plátanos cortados, los campos de caña barridos por el fuego y destruída cada cosa que sirviera de alimento...No vi ni una señal de vida, salvo un buitre ocasional o un cuervo volando. El campo estaba envuelto en la calma de la muerte y el silencio de la desolación".

Es evidente que una política de este tipo nunca constituye una solución ideal, al menos en el momento avanzado de la guerra en la que fue dispuesta. No hizo más que exacerbar los ánimos de aquellos que combatían con el ideal de la Cuba independiente. El sufrimiento de sus familiares recluidos, reconcentrados o abandonados a su suerte, no habían hecho otra cosa que incentivar aún más el esfuerzo para expulsar a los españoles de la isla. Estos hechos nunca han obtenido el resultado deseado y así lo hemos visto en otros momentos de la Historia: La antigua Asiria, las reservas indias en Norteamérica, los campos de exterminio nazis, o el régimen sudafricano, camboyano, centroafricano. etc. Esta política netamente militar del general Weyler, haciendo uso del maquiavelismo más extremo y con la finalidad de ganar la guerra a la que los políticos españoles enviaron como general en jefe, no obtuvo el resultado deseado por distintas circunstancias adversas. La suspensión de las labores agrícolas y el abandono de la vida en el campo incrementó el número de adeptos que se suman a la causa cubana, a lo que añadimos la destrucción económico de todos los factores de producción que perjudicaba a ambos bandos. La desesperación, miseria, muerte y caos que sigue es "el caldo de cultivo" esperado y deseado por la caterva de periodistas yanquis afincados en la isla, que servían puntualmente la noticia, claramente interesada y partidista, a sus rotativos norteaméricanos, especialmente William Randolph Hearst y el notable The Word, y que como agencias de noticias de la época catapultaban sesgadas observaciones al mundo más desarrollado de la época, especialmente Europa y América, produciendo el efecto que buscaban desde el inicio:

"el tópico de la crueldad española en América desde la conquista cuatro siglos antes y que tan claramente tenía, a su manera, el mundo anglosajón en la versión propia de las obras del padre de Las Casas".

 Esta presión periodística, diplomática y política sobre Weyler, a lo que se une el acontecimiento nefasto para la historia de la España contemporánea como fue el asesinato de Cánovas del Castillo,- cometido por el anarquista italiano Angiolillo, quien días antes había contactado en Londres con agentes cubano-yanquis-, dió totalmente al traste con el deseo de este general, encomiable desde el punto de vista de un militar de la época, cual fue su propósito de ganar la Guerra de Cuba prácticamente perdida cuando tomó el mando de las operaciones el 12 febrero de 1896 y en cuya misión puso el máximo empeño como militar, e implicitamente como ser humano, actitud nunca justificada como tampoco lo era el empeño de España y de su clase burguesa, para continuar "explotando" en su provecho los recursos económicos de la Isla en perjuicio de sus habitantes.

Autor: Miguel Leal Cruz. Licenciado en Historia y en Periodismo.

EXTRACTO DE UN CAPÍTULO DE LA PONENCIA EXPUESTA EN LA III CONFERENCIA DE HISTORIA EN LA UNIVERSIDAD DE LA HABANA.